a los alimentos "milagro"
by Esther Vivas
Vivimos obsesionados por comer bien y nunca antes habíamos comido tan mal. Los estantes de los supermercados están repletos de patatas fritas, bebidas azucaradas, chocolates, congelados, conservas, bollería. Nos venden una gran variedad de comida desnaturalizada, procesada, con un “max mix” de aditivos varios, que tiene un impacto negativo en nuestra salud. Sin embargo, los mismos que con una mano comercializan dichos productos con la otra nos ofrecen alimentos funcionales, “milagrosos”, para combatir precisamente los efectos perniciosos de este tipo de alimentación “moderna”. El negocio está servido.
Enfermos y gordos
La “dieta occidental”, como señala el periodista Michael Pollan en su bestseller ‘El detective en el supermercado’, es responsable de muchas de nuestras enfermedades. “Cuatro de las diez primeras causas de mortalidad hoy día son enfermedades crónicas cuya conexión con la dieta está comprobada: cardiopatía coronaria, diabetes, infarto y cáncer”, afirma. Una “dieta occidental”, con muchos alimentos procesados, mucha carne, mucha grasa y mucho azúcar añadido, que nos enferma y engorda. A principios del siglo XX, como señala Pollan, un grupo de médicos observó que donde la gente abandonaba su forma tradicional de comer y adoptaba la “dieta occidental”, pronto aparecían enfermedades como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer, que se bautizaron como “enfermedades occidentales”.
El relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación Olivier de Schutter coincide en el diagnóstico: “Las dietas poco saludables son un riesgo mayor para la salud mundial que el tabaco”. Y añade: “Los Gobiernos han puesto el foco en aumentar la cantidad de calorías disponibles, pero muy a menudo han sido indiferentes acerca de qué tipo de calorías ofrecen, a qué precio, para quién son accesibles y cómo se comercializan”. No en vano, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es responsable, en todo el mundo, de 3,4 millones de muertes al año.
Estados Unidos es el máximo exponente de esta deriva: un 75% de los estadounidenses tiene sobrepeso o son obesos, un 25% padece síndrome metabólico, con mayores probabilidades de sufrir enfermedades cardiovasculares o diabetes, y entre un 4% y un 8% de la población adulta tiene diabetes tipo 2, según recoge la obra ‘El detective en el supermercado’. Los datos de la OMS ratifican esta tendencia a escala global: desde 1980, la obesidad se ha más que doblado en todo el mundo. Actualmente, 1.400 millones de adultos tienen sobrepeso, y de estos 500 millones son obesos.
En el Estado español, la tasa de obesidad infantil no ha hecho sino aumentar en los últimos años convirtiéndose en una de las más altas en Europa. Según el programa Perseo, del Ministerio de Sanidad y la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, se calcula que la obesidad afecta al 20% de los niños y al 15% de las niñas entre 6 y 10 años. En lo que se refiere a la población en general, las cifras son, también, muy elevadas. El estudio Enrica, promovido por el Gobierno, señala que el 62% de la población tiene exceso de peso, y de ésta el 39% padece sobrepeso y el 23% obesidad.
Una situación que no ha hecho sino agudizarse con la crisis. Cada vez más personas con menos ingresos son empujadas a comprar productos baratos y menos nutritivos. El libro blanco de la nutrición en España así lo afirma: “En la actual situación de crisis económica las conductas de los consumidores también se han visto afectadas. Seleccionan opciones más económicas tanto a la hora de decidir el lugar dónde comprar alimentos y bebidas, como el tipo, calidad y cantidad de productos”. Con la crisis, la dieta de quienes menos tienen se deteriora rápidamente. Se compra poco y barato y se come mal. Uno de los productos que más ha aumentado su consumo, por ejemplo, son los dulces envasados (galletas, chocolates, sucedáneos, bollería y pastelería), con un incremento del 3,8% entre 2012 y 2013, según el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente.
Los gordos, paradójicamente, en general, son los que menos tienen, y, en consecuencia, peor comen. Mirando el mapa de la península queda claro: las comunidades autónomas con mayores índices de pobreza, como Andalucía, Canarias y Extremadura, concentran las cifras más elevadas de población con exceso de peso. La posición de clase determina, en buena medida, qué comemos. Y la crisis no hace sino acentuar la diferencia entre comida para ricos y comida para pobres.
Doctor Jekyll y Mister Hyde
Sin embargo, los mismos que promueven una comida basura, de muy baja calidad, con un impacto negativo en nuestra salud, son quienes nos venden “alimentos milagro” para adelgazar, controlar el colesterol, reducir el estreñimiento, fortalecer el sistema inmunitario, mantener la densidad ósea. Al más puro estilo Doctor Jekyll y Mister Hyde es como actúan las grandes empresas de la industria alimentaria.
Panrico afirma vender pan, con “una miga como la del pan de siempre”. Mis abuelos, creo, no opinarían lo mismo. Más allá de los cuestionables ingredientes y resultado de su pan, ofrece, también, Donuts Original, Donuts Bombón, Donettes, Donettes Rayados, Donettes Nevados, Bollycao Cacaco, Dip Dip, Palmera de Choco, la lista continúa. Pero como toda buena industria de la comida, si nos “pasamos” con tanta bollería, Panrico nos ayuda a combatir esos kilitos de más con su Panrico Línea, “para quien le gusta cuidarse sin renunciar a su delicioso sabor”, como lo define la empresa, o Panrico Integral, con alto contenido en fibras. Panrico tiene pan pá todo.
Nutrexpa, por su parte, nos vende Cola Cao Original, que de padres y madres a hijas e hijos y nietos y nietas, nos repite, es “el desayuno y merienda ideal”. Nutrexpa, siempre pensando en los más pequeños, vende también Nocilla, muy “natural” con “leche, caco, avellanas y azúcar”, ¿recuerdan?, y Phoskitos, con adhesivos y artefactos varios, que ahora saca nueva línea, el tiempo pasa pero el Phoskito no, con Mini Phoskitos Hello Kitty y Phoskitos Bob Esponja. Su gama de productos no acaba aquí, e incluye galletas Cuétara, Chiquilín, Artiach, Filipinos. Aunque con tanto sobrepeso y obesidad infantil, su línea de galletas Fibra Línea o 0% azucares, así como el Cola Cao Cero o, aún mejor, el Cola Cao Cero con Fibra están aquí para echarnos una mano.
Danone es el rey. Vende un gran abanico de yogures de fresa, coco, plátano, macedonia, piña, limón. Aunque lo único que tienen parecido a la fruta es el sabor y el color. En su gama de postres destacan, desde siempre, las natillas de vainilla y chocolate, que nos acompañaron de pequeños, y, más recientemente, las de oreo y choco blanko, para las nuevas generaciones. No sea que con el paso del tiempo se pierdan las costumbres… y se abandone la marca. Sorprendentemente, estos productos se clasifican en su web al margen de los que la empresa incluye en el apartado de “buenos hábitos”. ¿Será que no lo son? ¿Al webmaster le habrá traicionado el subconsciente? Es en esta sección de productos donde Danone despliega toda su, teórica, preocupación por nuestro bienestar y ofrece desde yogures Activia, “la forma más deliciosa -como dicen- de ayudar a tu salud digestiva”, pasando por los Actimel y “su exclusivo L-Casei, que incorpora las vitaminas B6 y D” hasta el Danacol Sin Lactosa que favorece, afirman, “una dieta sana y equilibrada que ayudará a reducir el colesterol”. ¿Qué más podemos pedir?
Modus operandi
Su modus operandi no falla. Primero, la publicidad. Tanto para vendernos lo uno como lo otro. Aunque entre un Danone Fresa y un Danacol no haya tantas diferencias más allá del marketing nutricional. La inversión publicitaria no escatima recursos económicos. En 2005, por ejemplo, la industria alimentaria de Estados Unidos gastó más de 50 mil millones de dólares en publicidad, más que ninguna otra industria del país. Coca-Cola, en concreto, desembolsó 2.200 millones de dólares, un total muy superior al conjunto del presupuesto de la Organización Mundial de la Salud, como recoge el libro ‘Un planeta de gordos y hambrientos’ de Luis de Sebastián. Los pequeños a menudo son su público objetivo principal. Como afirmaba Tim Lobstein director de The Food Commission en un debate en la BBC inglesa: “Vivimos en un entorno que ha sido bautizado como ‘obesogénico’, lleno de estímulos que nos animan a comer, a hacer menos ejercicio y sobre todo a consumir. Se trata de un entorno gestionado comercialmente”.
Segundo, la culpabilización. Somos culpables por comer mal, engordar, enfermar. Si engordas, dicen, es que no tienes fuerza de voluntad. Tienes que sacrificarte, afirman. Nos venden el paradigma de la perfecta mujer y del perfecto hombre, como si fuera tan fácil caber en un talla 38. En definitiva, la culpa es nuestra. Mientras, esconden las causas estructurales de tanta gordura y enfermedad. Aún recuerdo a mi antiguo jefe como, a veces, para desayunar pedía en el bar un chucho de crema, “rebozado” con azúcar blanco, y un café con leche eso sí con sacarina. Nos hartamos de comer mal, para luego sacrificarnos y comer, supuestamente, bien. Todo un negocio, el de culpabilizar a nuestro estómago.
Tercero, el producto “milagro” y el experto. Los mismos que nos venden comida de mala calidad nos dan lecciones de nutrición y nos ofrecen alimentos funcionales, que contienen componentes que -dicen- benefician la salud: leches enriquecidas con ácidos grasos omega-3, ácido fólico, fósforo y cinc; yogures con calcio, vitaminas A y D; cereales fortificados con fibra y minerales; zumos con vitaminas. Aunque tanto producto de qué serviría sin un “buen” experto u organización “especializada” que lo avalara. La Fundación Española del Corazón es una habitual en prestar su imagen para respaldar dichos productos, lo que le ha valido importantes críticas por parte de la comunidad científica. Entre sus “apadrinados” se encuentra la margarina Flora Original con Omega-3 y 6 de Unilever, el Danacol, leche fermentada con esteroles vegetales añadidos, de Danone, el suplemento MegaRed con Omega-3, el Agua de Firgas con bajo contenido en sodio y alta concentración de calcio y magnesio. Pero, ¿cuánto dinero habrá recibido la Fundación Española del Corazón por sus servicios? Eso, no se sabe. En todo caso, si es una empresa de la industria alimentaria coloque un “experto” en su vida, parece que ganará credibilidad, sea cierto o no lo que cuente, y aumentará las ventas.
¿Cómo alimentarnos bien?
Visto lo visto, ¿qué podemos hacer para comer bien? Como decía Michael Pollan se trata de “comer comida”, lo que no es tan sencillo como parece. “Antes lo único que se podía comer era comida, hoy encontramos en el supermercado miles de otras sustancias comestibles parecidas a la comida” afirma en su libro ‘El detective en el supermercado’. Y añade: “Si le preocupa la salud, quizá debería evitar los productos de los que se hacen afirmaciones de propiedades saludables. ¿Por qué? Porque este tipo de afirmaciones sobre un producto alimenticio hacen suponer que no se trata realmente de comida”. Un sinsentido: se desnaturalizan los alimentos, para luego vendernos otros artificialmente naturales, que nos dicen son mejores.
La industria alimentaria y su publicidad han estigmatizado la comida de siempre. Nos han hecho creer que tomar fruta, verdura, legumbres y cereales era cosa de pobres. ¿Qué sentido tiene exprimir unas naranjas? Si podemos tomar un Bifrutas Mediterráneo Pascual, no solo con naranja sino, también, con melocotón y zanahoria y leche y con 0% de materia grasa y vitaminas A, C, E. ¿Por qué perder el tiempo en pelar patatas, zanahorias y cebolla para una crema cuando puedo comprar un Sopinstant de verduras Gallina Blanca ya preparado y, como dicen, “bajo en grasa, con menos sal y sin conservantes”? Parece que la comida de siempre ya no tienen “glamour”.
Sin embargo, en los últimos tiempos, las cosas han empezado a cambiar. Cada vez son más las personas que se preguntan qué comemos, de dónde viene lo que ingerimos, cómo se ha elaborado. La multiplicación de escándalos alimentarios y el auge de algunas enfermedades han encendido las luces de alarma. El consumo de productos ecológicos, campesinos, locales, de temporada aumenta, aunque representa tan solo un porcentaje pequeño del consumo global. Comer bien implica avanzar en esta dirección, reapropiarnos de aquello que comemos, exigir que la producción de alimentos responda a las necesidades de las personas, tenga en cuenta al campesinado y a la Tierra, y no se supedite a los intereses económicos de la industria de la comida.
Comer bien implica comer natural. Y aunque algunos digan que los alimentos naturales son un timo, lo que sí es un timo es cuando la industria, a través de tanto alimento funcional y “milagroso”, nos quiere vender gato por liebre. Como dice Michael Pollan, “no coma nada que su bisabuela no reconocería como comida”.
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