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sábado, 12 de marzo de 2016

Colaboraciones


¿Qué esconden los beneficios de Mercadona? 
by Esther Vivas 




A bombo y platillo, el presidente de Mercadona Juan Roig anunció la semana pasada los millonarios beneficios, un año más, de la empresa. Un total de 611 millones de euros netos, un 12% más que en el ejercicio anterior. Y es que Mercadona, como ningún otro supermercado, ha sabido sacar partido de la crisis, convirtiéndose en estos años en el número uno de la gran distribución, y su presidente en una de las principales fortunas españolas, según la revista Forbes. 

¿Cuáles son las claves del éxito de Mercadona? ¿Qué se esconde tras una estudiada estrategia de marketing que habla de “conciliación”, “repartición de beneficios”, “cadena agroalimentaria sostenible” y “creación de empleo”? 


Abusos laborales 
Las denuncias a Mercadona por malas prácticas y abusos laborales son múltiples. Despidos improcedentes, política antisindical, presión extrema sobre la plantilla, dificultades para obtener la baja por enfermedad, acoso laboral, expedientes disciplinarios son solo algunas de las denuncias que han realizado sus empleados. En 2015, la empresa fue condenada como responsable civil subsidiaria por el acoso sexual sufrido por dos empleadas en un centro de Valencia. En el Mercadona de Fraga, en 2014, se denunciaron tres casos de acoso laboral. En 2013, Francisco Enríquez, siete años en un centro en Málaga, fue despedido tras ser elegido delegado sindical de CGT. En 2006, la compañía tuvo que indemnizar a una empleada de un supermercado de Pozoblanco, Córdoba, por despido improcedente. El mismo año, en 2006, se dio uno de los mayores conflictos en el Centro Logístico de Sant Sadurní d’Anoia, encargado del abastecimiento de los supermercados de Catalunya, Aragón y Castelló, cuando varios mozos de almacén iniciaron un proceso de auto-organización con el apoyo del sindicato CNT. La respuesta de Mercadona: tres empleados a la calle. Por solo citar unos pocos ejemplos, de los muchos que hay. 

Sin embargo, las malas prácticas laborales forman parte del ADN de la empresa. Un ejemplo: el protocolo de Mercadona obliga a que en caso de embarazo, accidente o enfermedad, se notifique la situación al coordinador de la tienda, quien contacta con el médico de la empresa, y evita de este modo que el trabajador asista a su médico de cabecera y obtenga la baja. En caso necesario, se conceden los llamados “días de descanso”, que no baja, durante los cuales el médico de Mercadona llama cada día al trabajador para ver si ya está listo para incorporarse de nuevo a su puesto. ¿Dónde quedan en Mercadona los derechos de sus empleados? 

Ya lo decía The Wall Street Journal: el “modelo alemán” es el éxito de la empresa, condiciones de trabajo flexibles y salarios ligados a la productividad. Algo de lo que Juan Roig no habla en sus balances de beneficios. 


La muerte del pequeño comercio 
El pequeño comercio es otro de los grandes damnificados por Mercadona. No en vano, a finales del 2013, la empresa lanzó una nueva estrategia para vender productos frescos y acabar con la “competencia”. Así lo decía Juan Roig: “Sin ir a Harvard sino a ‘Harvacete’, los fruteros son más listos que nosotros”. Alrededor de cada Mercadona, añadía, “no hay ningún colmado pero hay ocho fruterías”. El objetivo, acabar con ellas. 

Los campesinos, ganaderos y proveedores han denunciado también a la empresa. El sindicato valenciano Unió de Llauradors interpuso, en 2014, una denuncia contra Mercadona por vender a pérdidas la carne de pollo, que comercializaba a un precio inferior al de su adquisición, presionando a la baja el precio en origen. La Unións Agrarias y la Asociación Sectorial de Criadores Avícolas de Galicia denunció un año antes la misma práctica en los centros gallegos. En junio de 2013, campesinos canarios concentrados a las puerta de un Mercadona en Las Palmas de Gran Canaria regalaron toneladas de patatas para señalar los precios de miseria que les pagaba el supermercado, por debajo del coste de producción. 


Alimentos ‘viajeros’ 
Mercadona se ha sumado a la tendencia de lo local. Sin embargo, aunque intenta hacer gala de producto de proximidad, un mero paseo por sus lineales y una lectura atenta a su etiquetado contradice a menudo dicho marketing. Y es que ni la famosa orxata valenciana parece ser de Valencia en los estantes de una empresa que tiene su origen precisamente en este territorio. Como denunció la Unió de Llauradors en 2013: la orxata que comercializa Mercadona no lleva el distintivo de Denominación de Origen con lo cual, muy probablemente, la xufa que utiliza viene de África. 

Y, ¿el aceite? El sindicato COAG puso de relieve, en marzo de 2009, el pacto al que Mercadona llegó con la empresa portuguesa Sovena, cuyo principal accionista, “casualidades” de la vida, es uno de los yernos de Juan Roig. Su acuerdo: plantar olivar y producir aceite de oliva en Portugal y el norte del Magreb. De este modo, se deslocaliza la producción, se importan alimentos “viajeros”, con miles de kilometros a sus espaldas, y la empresa aumenta sus beneficios. ¿Dónde queda el producto local en Mercadona? Y, ¿a qué precio se paga al proveedor? 

No es de extrañar que así le salgan los números a Mercadona. Más crisis, más precariedad, mayores beneficios. “Supermercados de confianza”, nos dicen, yo lo dudo. 



Fotografia: Articulista

sábado, 19 de diciembre de 2015

Colaboraciones


Un menú amb aliments quilomètrics per Nadal 
by Esther Vivas 



Arriba el Nadal i també els àpats familiars, amb amics… El Nadal és una festa eminentment gastronòmica. Al costat dels clàssics d’aquestes dates, com els canelons, la sopa de galets, les neules i els torrons, trobem, cada cop més, plats com els llagostins, l’amanida de pinya, el foie gras, entre d’altres. Però, d’on vénen aquests aliments? Quants quilòmetres han recorregut abans d’arribar al nostre plat? Com han estat elaborats? 

Un informe d’Amics de la Terra assenyala que la mitjana de quilòmetres que fa un aliment del camp a la taula és de més de cinc mil, amb l’impacte mediambiental consegüent. Si comptem que alguns d’aquests productes vénen de prop, vol dir que d’altres arriben de molt lluny. Però el més paradoxal de tot plegat és que una part important els podem trobar produïts, també, en l’àmbit local. Per què, aleshores, els consumim d’indrets tan remots? Els salaris baixos, la persecució sindical, la legislació mediambiental flexible en nombrosos països del sud que dóna beneficis molt importants a les empreses del sector en són la resposta. Que aquest model generi gasos d’efecte hivernacle, explotació laboral i aliments de baixa qualitat, sembla que no importa. 

Si analitzem el menú de Nadal, ens adonem que un bon grapat dels productes que consumim han viatjat milers quilòmetres abans d’arribar a taula. Els llagostins, habituals en aquesta època de l’any, en són un bon exemple. La majoria provenen del tròpic llatinoamericà o asiàtic. A banda del llarg viatge fins a les nostres taules, la seva producció té un impacte molt negatiu socialment (sous de misèria i ús sistemàtic de químics i antibiòtics per conservar-los) i mediambiental (destrucció de fons marins per la pesca d’arrossegament i de manglars talats per construir piscifactories). L’Estat espanyol és l’importador principal de llagostins de la Unió Europea. 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Colaboraciones


Ni rosa ni azul
by Esther Vivas 



Y si vistiésemos a las niñas de azul y a los niños de rosa, ¿qué pasaría? ¿Por qué nos obcecamos en resaltar el sexo de nuestros bebés? ¿Es niña o niño? ¿Tan importante es? A los pequeños, por ahora, parece que no les importa. La “obsesión” de la sociedad por identificarnos y asociar a cada uno de los sexos unos patrones determinados de conducta, nos marca desde el minuto 0 de nuestra vida. De hecho, la pregunta más repetida a una embarazada es: ¿Esperas a un niño o a una niña? Y en función de su sexo puede que le regalen un tipo de ropita u otra y complementos de unos colores u otros. También, muy probablemente, las expectativas asociadas a ese nuevo bebé serán distintas. 



Normativizadas desde el útero materno 

La sociedad heteropatriarcal, nos otorga una serie de roles y funciones dependiendo de nuestros genitales. Nos normativizan ya desde muy pequeños, yo diría incluso desde el útero materno, construyendo un ideal de masculinidad y feminidad, con una clara diferencia y desigualdad entre sexos. A los hombres se les otorga un rol masculino, a las mujeres un rol femenino, con toda la carga social y cultural que ambos conllevan. No hay libertad para poder sentir, explorar, escoger y decidir. Estamos condicionados socialmente, y a menudo de la manera más sutil. La norma es la norma también en lo que al género se refiere. Pensamos algunas, ilusas de nosotras, que seremos capaces de combatirlo. No es tan fácil. 

lunes, 2 de noviembre de 2015

Colaboraciones


TTIP: salud y alimentación en peligro 
by Esther Vivas 






Nos quieren pobres, mal alimentados y enfermos. Y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea, el TTIP por sus siglas en inglés, es uno de los mejores instrumentos para conseguir que los deseos de unos pocos se conviertan en realidad. Aún se está negociando, eso sí entre bambalinas, pero de aprobarse significará uno de los mayores retrocesos en los estándares de seguridad alimentaria en Europa. 

Del mismo modo que Fausto vendió su alma al diablo, la Comisión Europea vende con este nuevo acuerdo los derechos de los ciudadanos europeos a las grandes empresas estadounidenses y lo mismo hace el gobierno de Estados Unidos con los de sus conciudadanos. El TTIP no es un tratado de libre comercio al uso, no consiste ya en eliminar aranceles, imposible casi liberalizar aún más ambas economías. Ahora, se trata de acabar con normativas y legislaciones que garantizan derechos ciudadanos pero que limitan las opciones de negocio de las grandes empresas, ya sea en materia financiera, sanitaria, educativa, cultural, agrícola, laboral o alimentaria. 


Más negocio 

Para conseguir tal objetivo todo vale: negociaciones secretas, poner fin a las soberanías nacionales, reducir los derechos de la ciudadanía. Su meta: convertir cada ámbito de nuestra vida cotidiana en objeto de lucro. Nos dicen que “armonizarán” las legislaciones de ambos mercados, que así tendremos mayor oferta y servicios más baratos, pero es mentira. En realidad, su política consiste en igualar a la baja las legislaciones de un lado y otro del Atlántico para aumentar el negocio de las multinacionales. 

Y, ¿qué pasará con la comida? Más transgénicos, carne con hormonas, pollo con lejía y antibióticos en el plato, gracias a la disminución de los controles y los niveles de seguridad alimentaria. De este modo, las empresas del agronegocio saldrán ganando, nuestra salud y alimentación perdiendo. 

En la Unión Europea y en Estados Unidos el enfoque sobre los estándares alimentarios es diametralmente opuesto. Mientras que en Europa prevalece el principio de precaución y es la empresa quien tiene que demostrar a partir de estudios científicos, no siempre independientes y a veces de dudosa credibilidad, que el producto a comercializar no es dañino para la salud, en Estados Unidos es justo lo contrario y es el gobierno quien debe probar el impacto negativo de un plaguicida o un producto o aditivo alimentario en caso de querer vetarlo. El TTIP quiere situar la responsabilidad, igual que en Estados Unidos, en el gobierno y en la sociedad, abriendo de par en par las puertas al mercado a costa del bienestar colectivo. 


Obligados a conrear transgénicos 

Así multinacionales como Monsanto buscan que la Unión se convierta en un nuevo “paraíso de los transgénicos”, siguiendo la estela norteamericana, con los enormes beneficios económicos que esto conlleva. Si ahora en Europa, gracias a la presión ciudadana, tan solo se permite el cultivo de un transgénico: el maíz Mon 810 de Monsanto (el 80% del cual se produce en Aragón y Catalunya y se prohíbe en la mayor parte de los países europeos), con el TTIP, y emulando a Estados Unidos, donde se permite producir hasta 150 variedades de transgénicos, desde de maíz, soja, algodón…, se busca la generalización de dichos cultivos. 

lunes, 12 de octubre de 2015

Colaboraciones


¿Cómo nos alimentaremos en 2025? 
Por Esther Vivas 




¿Qué comeremos en 2025? ¿Cómo será nuestra alimentación de aquí a diez años? ¿Quiénes, dónde y cómo producirán la comida? ¿Con qué objetivo? Alimentos, ¿derecho o negocio? He aquí la cuestión. 



Capitalismo agroalimentario 

Con los principios y las prácticas de la llamada revolución verde, a partir de los años 40 y con su expansión en la década de los 60 y 70, se acabó imponiendo un modelo de agricultura y alimentación pensado casi exclusivamente en la obtención del máximo beneficio económico para las empresas del sector. Si “ganarse la vida” es legítimo, no lo es cuando la usura y la avaricia son la práctica habitual de unas políticas que acaban con derechos y necesidades esenciales. Así ha sucedido con un sistema agroalimentario sometido al capitalismo. 

La agricultura y la alimentación hegemónica se basan en un modelo adicto al uso de productos químicos de síntesis, a los que también podemos llamar “agrotóxicos”; que prioriza unas pocas variedades de cultivos, los que mejor se adaptan a los intereses de las grandes empresas (tamaño y color óptimo por ejemplo); que apuesta por los monocultivos y los transgénicos; que deslocaliza la producción y promueve los alimentos que viajan miles de kilómetros del campo al plato, buscando el sitio más barato donde producir a costa de explotar la mano de obra y/o el medio ambiente o gracias a determinadas subvenciones. 

¿Cuáles son las consecuencias? Se acaba con bosques y selvas vírgenes, se contaminan la tierra y los acuíferos, enferman nuestros cuerpos, se homogeneiza la alimentación, aumentan los gases de efecto invernadero y el cambio climático, se acaba con el campesinado local. Sin embargo, los daños colaterales parece que no importan, siempre y cuando los paguemos los de abajo, campesinos y consumidores, las multinacionales quedan al margen y solo suman beneficios. 

Pero, ¿quién hay detrás de estas políticas? Se trata de grandes empresas que controlan cada uno de los eslabones de la cadena alimentaria, desde las semillas pasando por los fertilitzantes, los pesticidas, la transformación de los alimentos y la distribución en los supermercados. Sus nombres y apellidos: Syngenta, Dupont, Cargill, Monsanto, Coca-Cola, Kraft, PespiCo, Procter&Gamble, Unilever, Nestlé, Wal-Mart, Carrefour, por solo citar algunos de estos “megadontes” que se han colado desde hace algunos años en nuestras casas. 



Soberanía alimentaria 

Ante la imposición de este modelo, hay otro que se reivindica basado en los principios de la agroecología y la soberanía alimentaria. Su objetivo: devolver a las personas el derecho a decidir qué se cultiva y qué se come. 

Una agricultura que apuesta por las semillas autóctonas, la diversidad de variedades agrícolas y la complementariedad de cultivos; por el respeto al ecosistema y a los ciclos de la naturaleza; que defiende el trabajo campesino y la visibilidad y el reconocimiento de las mujeres rurales; que apuesta por una relación directa, y con el mínimo de intermediarios posibles, entre el campo y la mesa. En definitiva, una agricultura de km0, ecológica y campesina, en beneficio de la economía local y de nuestra salud. 

¿Quiénes son sus principales impulsores? El movimiento internacional de La Vía Campesina, integrado por organizaciones campesinas de todo el planeta, lanzó esta propuesta a mediados de los años 90, ante un modelo de agricultura industrial e intensiva devoradora de tierra, agrodiversidad y campesinado. Muy pronto, otros actores hicieron suya dicha demanda, desde organizaciones de consumidores, de mujeres, pueblos indígenas, ONGs… , al tomar conciencia de que la agricultura y la alimentación nos afecta a todos, ya sea en el campo o en las grandes ciudades. 

lunes, 25 de mayo de 2015

Colaboraciones


Comer con miedo
by Esther Vivas
 

  


Hay quien afirma que hay que “comer sin miedo”, que nunca en la historia de la humanidad la producción de alimentos había sido tan segura. Y es innegable el alto número de controles por los que pasa la comida en la actualidad. Sin embargo, periódicamente aparecen nuevos escándalos alimentarios, emergen enfermedades vinculadas a aquello que consumimos, vemos cómo aditivos que ayer se admitían hoy están prohibidos. ¿Nos podemos permitir comer sin miedo? Opino que no. 

Es necesario, al menos metafóricamente hablando, comer con miedo. Preguntarnos por qué comemos lo que comemos, cómo se ha producido, qué contiene, de dónde viene, a quién le interesa que sea así. Y ante tanto control alimentario, ¿qué personas están al frente? A estas preguntas responde el libro El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación? (Icaria editorial), que he publicado recientemente, destapando el lado más oscuro del sistema agrícola y alimentario. Por qué los que quieren que comamos sin miedo quieren, en definitiva, que lo hagamos con una venda en los ojos. A continuación, algunas reflexiones que encontramos en la obra El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación?


¿De dónde viene lo que comemos y por qué? 

[pag.33] Se calcula que la comida viaja de media unos 5 mil kilómetros del campo al plato, con el consiguiente menester de hidrocarburos e impacto en el medio ambiente. Estos alimentos viajeros generan casi 5 millones de toneladas de CO2 al año, contribuyendo a la agudización del cambio climático (González, 2012). 

viernes, 6 de febrero de 2015

Colaboraciones


En Carrefour, tú no cuentas
by Esther Vivas 


En Carrefour, nos dicen, “todo cuenta”. Así lo repite una y otra vez su última campaña publicitaria, con descuentos para familias numerosas y personas mayores de 65 años. Sin embargo, cuando miramos a las bambalinas de la mayor cadena de supermercados en Europa, la segunda del mundo, después de Wal-Mart, y la número dos en el Estado español, tras Mercadona, observamos que la realidad es otra. Porque en Carrefour, digan lo que digan, tú no cuentas. 

Abusos laborales, competencia desleal con el pequeño comercio, fraude en el etiquetaje, malas prácticas comerciales… son solo algunos de los trapos sucios de su currículum vitae. 

El hipermercado llega a Europa 

La historia de los hipermercados es la historia de Carrefour. No en vano, en 1963, los empresarios franceses Marcel Fournier y Denis Defforey inventaron el concepto de hipermercado, inspirados en los nuevos métodos de venta norteamericanos, después de un viaje a Dayton (Ohio) donde entraron en contacto con uno de los gurús de la gran distribución moderna, Bernard Trujillo, quien les animó a crear nuevas “fábricas de venta” al otro lado del Atlántico. Se trataba de utilizar fórmulas e ideas simples. Algunas de las más conocidas: “El éxito descansa en tres patas: auto-servicio, precios bajos y espectáculo. Si una falla, el resto se derrumba”; “los carteles de los establecimiento serán los mejores vendedores. Solo se les paga una vez, y no se toman vacaciones”. Y la célebre: “Sin parking no hay negocio”, en un momento de auge y expansión del uso del automóvil. 

Tomando dichas ideas, y contando con una larga trayectoria familiar en el ámbito comercial, Marcel Fournier, Denis Defforey y su hermano Jacques Defforey inauguraron, en 1963, en la ciudad de Sainte-Geneviève-des-Bois, en el sur de París, el primer hipermercado en Europa, cuatro años después de fundar la sociedad Carrefour y abrir previamente otros establecimientos, en formato supermercado. Los conceptos clave del nuevo comercio eran: todo bajo el mismo techo, autoservicio, precios bajos y estacionamiento gratuito. Los expertos del sector vaticinaron el fracaso empresarial: “demasiado grande, demasiado lejos, demasiado norteamericano” -decían. 

Nunca antes se había visto nada igual: edificio de una sola planta, 2.500m2 de superficie de venta, 450 puestos de aparcamiento, más de cinco mil artículos, catorce cajeros, setenta empleados. Se trataba de unas dimensiones gigantescas, tres veces más grande que la de los supermercados de la época, y con un horario inusual: de 10h a 22h, “non stop”, mañanas de domingo incluidas. Un nuevo concepto de venta, donde podías comprar de todo en un mismo espacio: desde frutas y verduras frescas a productos del hogar, de bricolaje, etc. Su objetivo: atraer a los clientes de las ciudades cercanas, a quienes no les importaba conducir entre 20 y 40 kilómetros para gozar de una amplia gama de descuentos, posibles gracias a los grandes volúmenes manejados, el auto-servicio y las condiciones de pago a los proveedores. 

Contra todo pronostico, el proyecto funcionó. El día de su inauguración, el 15 de junio de 1963, más de dos mil personas se abalanzaron en el establecimiento para comprar, gastando tres veces más que en los supermercados convencionales. Negocio redondo. El primer año, el nuevo comercio ya daba beneficios, y el tercero quedaba amortizada la inversión inicial. De este modo nacía, lo que en un primer momento se llamó una “gran tienda de autoservicio”, y que pocos años después recibiría el nombre de “hipermercado”. 

Número uno 

En poco tiempo, el modelo se expandió a otros países. Carrefour abrió nuevos hipermercados en Bélgica en 1969, en el Estado español en 1973, en Brasil en 1975, en Argentina en 1982, en Estados Unidos y Taiwan en 1989, en Grecia en 1991, en México y Malasia en 1994, en China en 1995… Hasta contar a día de hoy con más de diez mil establecimientos, de estos 1.300 son hipermercados, en 34 países distintos. Tras su fusión con el grupo francés Promodès, en 1999, la cadena de distribución se convirtió en la número uno en Europa. Y su expansión global la colocó en la segunda posición a nivel mundial, tras el gigante Wal-Mart. Se calcula que cada día, unos diez millones de compradores pasan por caja en Carrefour. 

En el Estado español, Carrefour llegó en 1973 con la apertura de un primer hipermercado en El Prat de Llobregat, cerca de Barcelona. Toda una novedad en aquella época. Aunque aquí su modelo se extendió a partir de finales de los años 70, tras su fusión con la sociedad de almacenes Simago, y la apertura de los hipermercados Pryca, acrónimo de “precio y calidad”, al considerar que este apelativo podía conectar mejor y era más fácil de pronunciar para los consumidores locales. En el año 2000, dichos comercios adoptaron el nombre definitivo de su empresa matriz: Carrefour. Y a raíz de la fusión internacional con el grupo Promodès, en el mismo período, los hipermercados de este último, Continente, cambiaron también su denominación por la del nuevo grupo al que entraron a formar parte: Carrefour. 

Más allá de hipermercados, el grupo Carrefour cuenta en el Estado español con establecimientos en formato supermercado y supermercado de proximidad, que se identifican actualmente con el apelativo de Carrefour Market (antes llamados Champion) y Carrefour Express. En total, el grupo tiene abiertos 456 establecimientos, de los cuales 172 son hipermercados, 118 supermercados y 166 supermercados de proximidad, con datos del 2013. 

Lado oscuro 

Sin embargo, tras la aureola de modernidad, creación de empleo, facilidades de compra, diversidad de productos…, Carrefour esconde un lado oscuro. Las denuncias de abusos laborales, no publicitados obviamente, acompañan desde hace años a la multinacional. A pesar de que la compañía enarbola desde su logotipo los colores de la bandera francesa, parece no tener la misma estima por las cajeras de los hipermercados de su país. Igual política sigue en otras latitudes. 

El 25 de marzo de 2005, en Francia, se llevó a cabo una de las huelgas más importantes en Carrefour que afectó entre 60 y 120 centros, según fuentes sindicales, principalmente en las regiones de Marsella, Toulouse, Burdeos y algunas tiendas de París, donde se movilizaron entre el 50 y el 80% de su plantilla, especialmente mujeres. Los sindicatos convocantes, CFDT y CGT, instaron a la movilización tras “el fuerte descenso del poder adquisitivo” de los trabajadores y para exigir la reapertura de las negociaciones salariales con el objetivo de conseguir una revalorización real de los salarios. Otras filiales de Carrefour en Francia, como la central de compras LCM (Logidis-Comptoirs Modernes) han sufrido protestas parecidas.

  El Estado español, no es una excepción. Varios han sido los conflictos y las denuncias laborales contra Carrefour. La más reciente ayer, cuando se llevaron a cabo concentraciones simultáneas de trabajadores a las puertas de sus establecimientos en Catalunya, Andalucía, País Valencià, Madrid, Galicia y Murcia. La convocatoria, realizada por CCOO, protestaba por las nuevas exigencias de la compañía que propone: el traslado del personal entre centros y secciones en función de las necesidades de la empresa, el aumento de los turnos partidos, el mantenimiento de las jornadas laborales en domingo y el aviso de los cambios de turno con solo cinco días de antelación. Unas medidas que el sindicato considera: “Una desregularización salvaje de la jornada”, a la vez que imposibilitan la conciliación entre la vida personal y la laboral. Además, según CCOO, la empresa anuncia, en una estudiada estrategia de marketing, la intención de firmar 3 mil nuevos contratos indefinidos en el transcurso de este año, sin indicar “la calidad de estos contratos”. Una ofensiva empresarial difícil de tumbar cuando la principal fuerza sindical intercentros corresponde al sindicato corporativo Fetico. 

La protesta contra la apertura de Carrefour en festivos ha sido otra constante. A finales del año pasado, los sindicatos ELA, LAB, CCOO y UGT en el País Vasco pusieron en marcha una campaña contra la apertura de cuatro Carrefour Express en domingo y festivos. Los sindicatos denuncian que esta política significa una degradación de las condiciones laborales e imposibilita el derecho a la conciliación. Movilizaciones contra estas mismas prácticas se dan periódicamente en otros establecimientos Carrefour del Estado. En abril del 2014, una “batalla” se ganó en esta dirección: el Tribunal Supremo condenó a Carrefour por aumentar los días de trabajo a su plantilla, incluyendo domingos y festivos, aprovechando la liberalización de horarios comerciales, sin consultarles. La sentencia del Supremo señalaba que era necesario un periodo de consultas con los trabajadores antes de cambiar las condiciones laborales. 

Las acusaciones por despido improcedente y persecución sindical se dan periódicamente. A finales del 2013, el sindicato aragonés OSTA denunció cómo Carrefour despidió disciplinariamente en uno de sus hipermercados en Zaragoza a una trabajadora con una discapacidad física superior al 60%, que llevaba años pidiendo que le adaptaran el puesto de trabajo, alegando “ineficiencia de su rendimiento”. En 2011, la multinacional tuvo que readmitir en el centro Carrefour Express de Pilar de la Horadada, en el País Valencià, a una de sus trabajadoras, delegada sindical de CNT, después de que un juzgado de Elche declarara nulo su despido al considerar que las razones que lo indujeron fueron “totalmente inventadas”. A principios del 2008, varias fueron las protestas en Carrefour Dos Hermanas en Sevilla tras el despido de dos delegados sindicales de CCOO. El sindicato acusó a la empresa de despedirlos por su actividad y afiliación al sindicato y acusó a la empresa de persecución sindical. 

Otros fraudes 

Los fraudes en el etiquetaje son una más de las críticas vertidas sobre la compañía, y que no distan mucho de las prácticas de otras grandes superficies. En octubre del 2014, unos 80 expertos y 30 sociedades científicas en Francia publicaron un artículo en la revista Journal International de Médecine denunciando el sistema de etiquetado nutricional que proponía Carrefour, al considerar que la información presentada quedaba “reducida a una cuestión de marketing” y al ser elaborada, según los expertos, con criterios “científicamente indefendibles”. Carrefour animaba, por ejemplo, con dichos parámetros a comer pizza con queso una vez al día. Los autores del artículo apelaban a Carrefour a ceñirse a un sistema nutricional unificado y validado por las instituciones públicas. En el Estado español, algunas webs denuncian fraudes en las ofertas anunciadas en sus establecimientos o en los packs ahorro, donde los carteles de colores promocionan ofertas que no son tales. 

“En Carrefour sabemos que todo cuenta” -nos dice el último anuncio de la empresa. Tal vez así sea, todo cuenta para hacer negocio. Todo cuenta menos tu.

miércoles, 14 de enero de 2015

Colaboraciones


Cuando es más fácil comprar 
una pistola que un tomate 
by Esther Vivas



Asociamos los supermercados a abundancia de comida, a estantes siempre llenos, a un gran abanico de productos… En cambio, los supermercados, aunque no lo parezca a primera vista, pueden ser generadores de hambre y escasez de alimentos. El ejemplo por antonomasia lo tenemos en Estados Unidos en los llamados “desiertos alimentarios”, comunidades urbanas o rurales donde resulta imposible comprar comestibles, a no ser que vayas a un McDonald’s, un Kentucky Fried Chicken o un Burger King. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con los supermercados? 

A lo largo de los años 40 y 50, en Estados Unidos, a medida que las familias de clase media y alta se mudaron a los nuevos barrios periféricos y se consolidaron los grandes centros comerciales, muchos supermercados se “mudaron” con ellos, dejando tras sí lugares sin prácticamente comida. ¿Por qué permanecer donde estaban los más pobres, que gastaban poco dinero en alimentos y daban escasos beneficios, si en otros distritos se podía ganar mucho más? La respuesta para la gran distribución, desde Wal-Mart pasando por Kroger hasta Safeway, fue fácil. 

En Estados Unidos, se calcula que más de 23 millones de personas viven en “desiertos alimentarios”, según el Departamento de Agricultura de EEUU, zonas donde no se puede encontrar comida fresca en una milla (1,6 kilómetros) o más a la redonda. Indianapolis y Oklahoma City encabezan el ranking. En otras ciudades como Detroit, la mitad de sus habitantes, 550 mil, padecen dicha lacra, en Chicago la sufren más de 600 mil, un 21% de su población, en Nueva York, tres millones. Para todos ellos, el lugar más cercano donde adquirir algo que comer es una cadena fast food o una tienda donde a parte de tabaco y licores pueden encontrar algunas bolsas de patatas fritas, caramelos o bebidas con gas. Se trata de uno de los mayores problemas alimentarios del país. Muchos son los que suplican a las grandes superficies que vuelvan allí donde hace tiempo marcharon. Sin embargo, estas no son la solución sino el problema. Los supermercados en su día, también aquí -salvando las distancias, “invadieron” los centros de las ciudades, bajaron momentáneamente los precios (una gran cadena se lo puede permitir, en un establecimiento reduce precios y en otro los sube, al final las cuentas salen igual), lo que resultó letal para el pequeño comercio. Cerraron los colmados, las tiendas de toda la vida… y solo quedó la gran distribución, pero cuando a esta no le salieron las cuentas desmontó el “tinglado” y se marchó. Ahora, en muchas zonas pobres, urbanas y rurales, estadounidenses no quedan ni supermercados, ni tiendas de comestibles, ni comida fresca. 

Apartheid alimentario 
Son barrios donde vive gente pobre, sin recursos, personas mayores… quienes no pueden coger el coche e ir a comprar a la gran superficie, sencillamente porque no tienen coche. Otro elemento que los define es que son barrios habitados mayoritariamente por personas de color. De aquí que algunos autores hablen de “apartheid alimentario” o “segregación alimentaria”, donde las desigualdades sociales y raciales estipulan qué comen unos y otros. Un ejemplo: si dividimos la ciudad de Oakland, en California, entre la llanura, lugar de residencia de la gente más pobre y de color, y las colinas, donde se encuentran aquellos con más poder adquisitivo, observamos que en la llanura hay un supermercado por cada 93 mil habitantes, mientras que en las colinas hay uno por cada 13 mil. Un dato más: el número de licorerías es inversamente proporcional. La billetera y el color de la piel determina el acceso o no a la comida. Como decía el activista alimentario californiano Brahm Ahmadi: “Hoy, en muchas comunidades urbanas donde habita gente de color, es más fácil comprar un arma de fuego que un tomate fresco”. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Col·laboracions


“L’alimentació és a mans d’un grapat d’empreses”
by Esther Vivas




 

Esther Vivas col·laboradora habitual en envia aquesta entrevista feta per la Trinitat Gilabert i publicada al diari ARA: 

Esther Vivas, activista alimentària, acaba de publicar el llibre El negocio de la comida. ¿Quién controla nuestra alimentación?, d’Icària editorial, que a mitjans de novembre estarà disponible a les llibreries. 

Qui controla la nostra alimentació? 
Un grapat d’empreses, que són les que monopolitzen tots els trams de la cadena agroalimentària i que avantposen els seus interessos particulars, fer diners, a les nostres necessitats alimentàries. En el llibre, esmentes noms concrets de les empreses que ho fan. 

Quins són? 
Sí, són des de grans multinacionals que controlen les llavors, com Monsanto -la número u en llavors transgèniques- i Syngenta, i també monopolitzen la comercialització d’agrotòxics, fins a altres empreses com Nestlé i Danone, i grans cadenes de supermercats, que determinen també què consumim, com ara Carrefour i Mercadona. 

Quines solucions proposes? 
Davant d’un model d’agricultura i alimentació segrestades, el que considero fonamental és posar en el centre els drets de la pagesia, el respecte al medi ambient i les necessitats dels consumidors, i això vol dir, a la pràctica, apostar per la sobirania alimentària. 

I la sobirania alimentària, què és exactament? 
Consisteix a reapropiar-nos de tots els passos de la cadena alimentària, apostant aquí per llavors tradicionals catalanes, per una agricultura local, de proximitat, ecològica, lliure de pesticides i transgènics. És l’agricultura que recupera i cultiva varietats antigues i que posa en el centre la terra i les persones. Es tracta de saber què es cultiva i què mengem. 

De retruc, el gust dels aliments és millor? 
Tornem a descobrir el gust del menjar, menjant, encara que sembli una obvietat, menjar de veritat.

domingo, 26 de octubre de 2014

Colaboraciones


El lado amargo de las golosinas Fiesta 
by Esther Vivas



Los chupa chups kojaks, las piruletas de corazón, las gominolas de mora, los pica pica Fresquitos, los lolipop… acompañaron a muchos de mi generación de pequeños al salir de clase, yo en cambio me quedé con los sugus y los palotes. Ayer, cuando Fiesta anunciaba el cierre de la compañía, y la continuidad de sus golosinas quedaba en el aire, algunos hicieron un flashback a su infancia. 

A mi, sin embargo, los kojaks, su producto estrella, nunca me dijeron gran cosa, a pesar de que en mi adolescencia las “chuches”, y en concreto las de Fiesta, eran monotema familiar. Mis padres durante más de veinte años trabajaron en la empresa. Con la crisis de los 80, tuvieron que cerrar el puesto de huevos en el Mercado Central de Sabadell y dejar de repartirlos a comercios varios, poniendo punto y final al negocio familiar que había empezado mi abuelo, siendo uno de los primeros repartidores de huevos de la ciudad. Así, lo recordaba él con orgullo. El trabajo en Fiesta, como comerciales y repartidores de la marca, fue el mejor trabajo y más estable que encontraron. 

De este modo, las “chuches” acompañaron muchos años de mi vida, y me dieron, gracias al arduo trabajo de mis padres, de estudiar y comer. No sé si tras los artículos que hoy escribo denunciando el impacto tan negativo de la comida basura en nuestra salud, donde hay que destacar especialmente las consecuencias del consumo de golosinas con toda su carga de aditivos, colorantes y edulcorantes químicos, que enferman a los más pequeños, hay algún tipo de razón freudiana. ¡Quién sabe! 

miércoles, 15 de octubre de 2014

Colaboraciones


Los mitos del sistema alimentario
by Esther Vivas




Nos dicen que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles. Un modelo altamente productivo que permite dar de comer a todo el mundo, muy eficiente, que ofrece una gran variedad de alimentos, que facilita el trabajo a los agricultores y lo mejor… que nunca antes habíamos comido de una manera tan segura. ¿En serio? 

Sin embargo, cuando analizamos en detalle, y con números en la mano, cada una de estas afirmaciones vemos que son falsas. Quienes las dicen piensan que por repetirlas una y otra vez nos las vamos a tragar. La verdad es que el actual modelo de producción, distribución y consumo de alimentos se sustenta en una serie de mitos que son mentira. 

Acabar con el hambre 
Uno de los ‘mantras’ más repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta productividad, puede acabar con el hambre. De hecho, en la actualidad, según datos del que fue relator especial de las Naciones Unidas por el derecho a la alimentación Jean Ziegler, en el mundo hay comida para 12.000 millones de personas, y en el planeta somos 7.000 millones. No debería haber nadie sin comer. La realidad, en cambio, es bien distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo, cas mil millones, pasan hambre. Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos… solo en los de aquellos que se lo pueden permitir. 

Más comida no significa poder comer. ¿Por qué? Los alimentos en el sistema agroalimentario se han convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas empresas del agronegocio y los supermercados que han convertido el derecho a la alimentación en un privilegio. En consecuencia, o tienes dinero para pagar el precio cada día más caro de los comestibles o acceso a aquello que da de comer (tierra, agua, semillas) o no comes. No tenemos un problema de falta de producción o superpoblación, sino de democracia, de acceso a los alimentos. 

Y cuando nos hablan de eficiencia… ¿qué eficiencia? La de un sistema que desperdicia anualmente, según datos de la FAO, un tercio de la comida que produce para consumo humano: un total de 1.300 millones de toneladas. ¿Alimentos para comer o tirar? He aquí la cuestión. La agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al negocio de la pobreza. 


Libertad y variedad 
Nos insisten en que somos “libres” para elegir entre una gran “variedad” de productos. Caprabo así nos da la bienvenida, como “librecomprador”. En cambio, bajo la ilusión de lo diverso se esconde la más estricta uniformidad. 

En el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y transgénicas. En el supermercado, nos venden un sinfín de comestibles. Pero nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran distribución encontramos siempre las mismas marcas. ¿Libertad? ¿Variedad? Más bien, todo lo contrario. 


De pobres campesinos a campesinos pobres 
¿Una agricultura que beneficia al campesino? ¿Dónde? La agricultura industrial está pensada por y para el agronegocio y en detrimento de aquellos que siempre han cuidado y trabajado la tierra. Sino, ¿cómo se explica que en Europa cada día más de mil explotaciones agrarias tengan que cerrar? Así lo dice la Coordinadora Europa de La Vía Campesina. O, ¿que en el Estado español únicamente el 4,3% de la población activa se dedique a la agricultura? La respuesta es fácil: a la hora de vender comida, quien menos gana es aquel que la produce. 

El diferencial entre el precio que se paga al agricultor en el campo y el que nosotros pagamos en el supermercado continúa subiendo. Hoy, el coste del producto alimentario de origen a destino se multiplica de media por 4,52. La diferencia porcentual entre lo pagado en la huerta y el “súper” por alimentos como el calabacín, el repollo y la berenjena es de 950%, 808% y 717% respectivamente, según el Índice de Precios en Origen y Destino. Hemos pasado de los pobres campesinos a los campesinos pobres. 


¿Seguridad alimentaria? 
Afirman que la comida nunca había sido tan segura. Pero entonces, ¿cómo se explican los escándalos alimentarios que nos sacuden día sí día también? Desde las vacas locas, pasando por el pollo con dioxinas hasta los productos con carne de caballo donde se suponía solo había vacuno. No tenemos ni idea de qué nos llevamos a la boca. 

Al mismo tiempo, las dolencias vinculadas a aquello que comemos no han hecho sino aumentar. Las “enfermedades occidentales”, como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer resultado de una “dieta occidental”, altamente procesada, con mucha carne, grasa y azúcar añadido son, tristemente, la mejor prueba. Somos lo que comemos. Las consecuencias de una agricultura y una alimentación “adicta” a los agrotóxicos, los transgénicos y los aditivos varios son claras. 

¿Que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles? Por favor, que no nos vendan la moto.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Col·laboracions


Volem una Catalunya lliure i sobirana, 
però lliure també de pobresa, desnonaments
i corrupció. 
By Esther Vivas


El compte enrere cap a la Consulta del 9N ja ha començat. Aquestes darreres setmanes, hem sentit declaracions de tot tipus en els mitjans de comunicació, de si la Consulta es farà, de si no es farà. Crec que hem de tenir molt present que la Consulta només té possibilitats d’èxit si des del carrer som capaços de mobilitzar-nos amb força i reivindicar el nostres drets. Per aquest motiu, la mobilització d’aquest 11 de setembre és molt important. 

En cas que la Consulta sigui prohibida pel Tribunal Constitucional hem d’estar disposats a desobeir. El Pla B a la prohibició de la Consulta és la celebració de la Consulta. I això vol dir: sortir el carrer, posar-hi les urnes i votar. Cal estar preparats per fer-ho. Alguns diran, tant des d’aquí com des de fora, que això és il·legal. Però davant de lleis i mesures injustes només hi ha una opció: desobeir. És necessari confrontar suposades i teòriques “legalitats” amb la legitimitat dels nostres drets.

Una democràcia real significa poder decidir. I això és el que hem après al llarg d’aquests anys de crisi, amb el moviment dels indignats, el 15M, la PAH: desobeir per recuperar tot allò que ens han robat. Desobeir ocupant places, ocupant bancs, ocupant universitats, ocupant pisos buits i ara toca ocupar els carrers i si cal posar-hi les urnes per poder celebrar la Consulta. 

El 9N volem votar perquè poder decidir el nostre futur com a poble és un dret democràtic inalienable. Encara que alguns ens neguin aquest dret. Però crec que és important votar no tan sols per decidir on són les nostres fronteres, per establir on comença i on acaba Catalunya, per escollir la nostra bandera o el nostre himne nacional; el més important és votar per decidir quin país volem. I això significa com volem construir aquest país, quin model d’economia, de sanitat, d’educació ens cal. 

Cal preguntar-nos, si volem una economia pels bancs o una economia per les persones? Una economia de la usura o una economia social i solidària? Volem una sanitat i una educació pública, de qualitat, per a tothom o una sanitat i una educació només per aquells que se la puguin pagar -com ja està passant? Volem un país on puguem tenir una feina i una vida digna o un país on la precarietat ens obligui a immigrar? Un país on les dones puguem decidir sobre el nostre cos o un país o uns pocs ho facin per nosaltres? Tot això és el que també està en joc avui en el debat sobiranista.

I per poder decidir quin país volem només hi ha una via: la d’obrir un procés constituent on tots i totes, col·lectivament, puguem decidir el nostre futur. Una nova Constitució per a Catalunya no pot ser feta per un consell d’experts que diguin el que ens convé i el que no ens convé. Som els de baix, la majoria social, la que ha de poder decidir, triar, la Catalunya que vol. Un procés constituent significa això, donar la veu i la capacitat de decidir a la majoria. No podem delegar el procés sobiranista en uns pocs experts o en unes elits polítiques i econòmiques. El procés sobiranista som tots. 

També crec que no ens podem deixar portar per allò que alguns diuen de que: primer la independència i després ja veurem. La Catalunya del futur dependrà de com la comencem a construir aquí i ara. Perquè drets nacionals i drets socials son indestriables, van íntimament units. Volem la independència per poder decidir sobre tot allò que afecta a la nostra vida quotidiana. 

Sinó… de que ens servirà una independència en mans dels mateixos de sempre, que han fet i desfet a les institucions en funció dels seus interessos particulars? Els casos de corrupció en són el millor exemple, i per desgràcia el nostre país n’està farcit: des del cas Pallarols, al cas de las ITV, passant pel Cas Mercuri, el Cas Pretòria, el Cas del Palau. O de que ens servirà una Catalunya independent en mans d’aquells que han portat a una situació de bancarrota col·lectiva, on avui a Catalunya una de cada cinc persones viu en la pobresa, amb menys de 360€ al mes, o on avui uns 50 mil infants tenen carències alimentàries i passen gana? Crec que ens servirà de ben poc. carmel

La Catalunya de l’endemà -ara que tothom parla de l’endemà- ha de ser la Catalunya, com diria l’escriptor uruguaià Eduardo Galenao, de los “nadie”. La Catalunya dels que no tenen veu perquè ningú mai els ha escoltat, la Catalunya dels que no tenen casa, dels que no tenen feina… la Catalunya dels que avui ja no tenen por. Per això des del Procés Constituent reivindiquem la República Catalana del 99%. Una República Sí, Catalana Sí i de la majoria social. 

No pot ser que l’endemà tot canviï perquè no canviï res. A la Catalunya de l’endemà no hi ha lloc per a banquers lladres, ni polítics corruptes; no hi ha lloc per aquells que d’una banda enalteixen Catalunya, però de l’altre tenen els seus comptes a Andorra; no hi ha lloc per aquells que amb una mà alcen la senyera i defensen la pàtria mentre amb l’altra retallen els nostres drets amb les seves tisores. 

La Catalunya de l’endemà ha de ser també una Catalunya solidària amb la resta de pobles. Començant pels nostres veïns de l’Estat espanyol. Una Catalunya solidària amb aquells que a la resta de l’Estat volen poder decidir el seu futur, un futur pensat per a les persones i no en benefici de polítics i banquers. Una Catalunya solidària amb els jornalers sense terra a Andalusia que lluiten contra els terratinents, una Catalunya solidària amb tots aquells que a la resta de l’Estat els bancs expulsen de casa seva i els deixen al carrer. Una Catalunya solidària i internacionalista amb d’altres pobles del món com el palestí. No podem restar indiferents davant la massacre que pateix el poble palestí en mans de l’Estat i l’exèrcit d’Israel. 

I acabo. Ha arribat l’hora de sortir al carrer i fer-ho massivament per exigir els nostres drets tant en clau nacional com en clau social. Sortir al carrer per dir ben fort que volem decidir… i que volem una Catalunya lliure i sobirana, però una Catalunya lliure també de pobresa, desnonaments, fam, misèria, lladres i de corrupció. 



Fotografia de Lluís Brunet.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Colaboraciones


El poder de los supermercados 
by Esther Vivas



La gran distribución comercial (supermercados, hipermercados, cadenas de descuento…) ha experimentado en los últimos años un fuerte proceso de expansión, crecimiento y concentración empresarial. Las principales compañías de venta al detalle han entrado a formar parte del ranking de las mayores multinacionales del planeta y se han convertido en uno de los actores más significativos del proceso de globalización capitalista. 

Su aparición y desarrollo ha cambiado radicalmente nuestra manera de alimentarnos y consumir, supeditando estas necesidades básicas a una lógica mercantil y a los intereses económicos de las grandes empresas del sector. Se produce, se distribuye y se come aquello que se considera más rentable. 


"Operación supermercado" 
En el Estado español, la apertura del primer supermercado se llevó a cabo en el año 1957 y tuvo lugar en Madrid. Se trataba de un “supermercado-autoservicio” de carácter público promovido por el régimen franquista bajo el programa “Operación supermercado” que importó el modelo de distribución comercial estadounidense bajo la influencia del Plan Marshall. Su objetivo: modernizar el “comercio patrio”. La experiencia fue todo un éxito, dando lugar en muy poco tiempo a una red de supermercados públicos en varias ciudades como San Sebastián, Bilbao, Zaragoza, Gijón, Barcelona, La Coruña, etc. 

En 1959 abrió el primer supermercado de capital privado en Barcelona, fundado por las familias Carbó, Prat y Botet, propietarias de comercios de ultramarinos, y que lo bautizaron con el nombre de Caprabo, tomando la primera sílaba de cada uno de sus apellidos. Su apertura, como cuenta el libro Caprabo 1959-2009, significó una auténtica “revolución” entre los consumidores, atraídos sobre todo por el hecho de poder coger directamente de las estanterías los productos a comprar. Con el paso del tiempo, los supermercados privados, que el mismo gobierno franquista animó a crear, se impusieron, creando una extensa red de autoservicios en todo el Estado, y los de carácter público fueron desapareciendo. 

En ese mismo momento en Europa, los supermercados eran una realidad emergente. En 1957, en Gran Bretaña existían 3.750 establecimientos, en la República Federal de Alemania 3.183, en Noruega 1.288 y en Francia 663. El Estado español e Italia se situaban a la cola, con 3 y 4 autoservicios respectivamente. Los supermercados eran considerados un símbolo de modernidad y progreso. A partir de entonces, su extensión fue in crescendo, diez años más tarde, en 1968, el número de supermercados en el Estado sumaba ya 3.678 y veinte años después, en 1978, la cifra alcanzaba los 13.215 establecimientos. Su modelo de distribución y venta al detalle se generalizó a lo largo de la década de los 80 y 90, llegando a ejercer a día de hoy un dominio absoluto de la distribución alimentaria. 

Además, la mayor parte de nuestra cesta de la compra, entre un 68% y un 80%, la adquirimos en supermercados, hipermercados y cadenas de descuento. Según la revista especializada Alimarket, y con datos del 2012, el 68,1% de la alimentación envasada y la droguería la compramos en este tipo de canales, principalmente en los supermercados, frente al 1,5% que adquirimos en la tienda tradicional, el 25,1% en comercios especialistas y el 5,3% en otros. Según el informe Expo Retail 2006, casi el 82% de la compra de alimentos se realiza a través de la gran distribución, el 2,7% en tiendas tradicionales, el 11,2% en establecimientos especializados y el 4,2% es adquirido en otros lugares. En consecuencia, el consumidor cada vez tiene menos puertas de acceso a los alimentos y el productor menos opciones para llegar al consumidor. El poder de venta de los supermercados es total. 


Mucho poder en pocas manos 
Una distribución moderna que además concentra su peso en muy pocas compañías. De hecho, la mayor parte de nuestras compras en el supermercado se llevan a cabo en sólo seis cadenas, que controlan el 60% de dicho mercado. Se trata de Mercadona, con un 23,8% de la cuota de mercado, Carrefour con un 11,8%, Eroski (que incluye a Caprabo) con un 9,1%, Dia con un 6%, Alcampo (que integra los supermercados Sabeco) con un 5,9% y El Corte Inglés (con SuperCor y OpenCor) con un 4,3%. Les siguen Lidl, Consum, AhorraMás y DinoSol, que en conjunto conforman las diez principales empresas del sector. Nunca el mercado de la distribución alimentaria había estado en tan pocas manos. 

En Europa, la dinámica es la misma. En el conjunto del continente, las diez principales cadenas de supermercados controlaban, con datos del 2000, más del 40% de la cuota de mercado. Actualmente, se calcula que la concentración es aún mayor. En países como Suecia, solo tres compañías de supermercados monopolizan alrededor del 95% de la distribución, y en países como Dinamarca, Bélgica, Francia, Holanda y Gran Bretaña, unas pocas empresas dominan entre el 60% y el 45% del total, según un informe de Veterinarios Sin Fronteras. 

Asimismo, algunas de las mayores fortunas en Europa están vinculadas a la historia de la gran distribución. En Alemania, la persona más rica del país fue hasta el 16 de julio del 2014, fecha de su muerte, Karl Albrecht, fundador y copropietario de los supermercados Aldi. Tras su fallecimiento, el número uno pasó a ser ocupado por Dieter Schwarz, propietario del grupo Schwarz, que incluye las cadenas de supermercados Kaufland y Lidl. En Francia, la segunda fortuna del país está en manos de Bernard Arnault, propietario del grupo de artículos de lujo LVMH y con una participación muy importante en Carrefour. Y sin ir más lejos, en el Estado español, el segundo puesto del ranking de las grandes fortunas recae en Juan Roig, propietario de Mercadona. 


La ‘teoría del embudo’ 
Una concentración que se visualiza claramente en la llamada “teoría del embudo”: miles de campesinos por un lado y millones de consumidores por el otro y tan solo unas pocas empresas de la gran distribución controlan la mayor parte de la comercialización de los alimentos. Tomemos el ejemplo del Estado español. En el extremo superior del embudo, contamos con alrededor de 720 mil campesinos y personas que trabajan en el campo y en el extremo inferior unos 46 millones de habitantes y consumidores, en medio 619 empresas y grupos del sector de la distribución con base alimentaria (con Mercadona, Carrefour, Grupo Eroski, Dia, Alcampo, El Corte Inglés, Lidl, Consum, AhorraMás, Makro, Gadisa, Grupo El Árbol, Condis, Bon Preu, Aldi, Alimerka a la cabeza) determinan la relación entre ambos. Y un dato a tener en cuenta: de entre estas 619 compañías, solo las 50 primeras ya controlan el 92% de total de la cuota de mercado. 

Son estas empresas las que que determinan a qué precio se pagan los productos al agricultor y qué coste tienen para nosotros en el ‘súper’, dándose la paradoja de que el campesino cada vez recibe menos dinero por aquello que vende y nosotros, como consumidores, pagamos más. Queda claro, quién gana. Se trata de un oligopolio, donde unas pocas empresas controlan el sector, que empobrece la actividad campesina, homogeneiza aquello que comemos, precariza las condiciones laborales, acaba con el comercio local y promueve un modelo de consumo insostenible e irracional. 

El poder de la gran distribución es enorme y nuestra alimentación queda supeditada a sus intereses económicos. Pensamos que somos nosotros quiénes decidimos lo que comemos, pero ¿es así?