La dignidad de Catalunya
Después de casi tres años de lenta deliberación y de continuos escarceos tácticos que han dañado su cohesión y han erosionado su prestigio, el Tribunal Constitucional puede estar a punto de emitir sentencia sobre el Estatut de Catalunya, promulgado el 20 de julio del 2006 por el jefe del Estado, rey Juan Carlos, con el siguiente encabezamiento: "Sabed: Que las Cortes Generales han aprobado, los ciudadanos de Catalunya han ratificado en referéndum y Yo vengo en sancionar la siguiente ley orgánica". Será la primera vez desde la restauración democrática de 1977 que el Alto Tribunal se pronuncia sobre una ley fundamental refrendada por los electores.
La expectación es alta.
De los diez jueces con derecho a voto, cuatro siguen en el cargo después del vencimiento de su mandato, como consecuencia del sórdido desacuerdo entre el Gobierno y la oposición sobre la renovación de un organismo definido recientemente por José Luis Rodríguez Zapatero como el "corazón de la democracia". Un corazón con las válvulas obturadas, ya que sólo la mitad de sus integrantes se hallan hoy libres de percance o de prórroga. Esta es la corte de casación que está a punto de decidir sobre el Estatut de Catalunya. Por respeto al tribunal –un respeto sin duda superior al que en diversas ocasiones este se ha mostrado a sí mismo– no haremos mayor alusión a las causas del retraso en la sentencia.
La definición de Catalunya como nación en el preámbulo del Estatut, con la consiguiente emanación de "símbolos nacionales" (¿acaso no reconoce la Constitución, en su artículo 2, una España integrada por regiones y nacionalidades?); el derecho y el deber de conocer la lengua catalana; la articulación del Poder Judicial en Catalunya, y las relaciones entre el Estado y la Generalitat son, entre otros, los puntos de fricción más evidentes del debate, a tenor de las versiones del mismo, toda vez que una parte significativa del tribunal parece estar optando por posiciones irreductibles. Hay quien vuelve a soñar con cirugías de hierro que cercenen de raíz la complejidad española. Esta podría ser, lamentablemente, la piedra de toque de la sentencia.
No nos confundamos, el dilema real es avance o retroceso; aceptación de la madurez democrática de una España plural, o el bloqueo de esta. No sólo están en juego este o aquel artículo, está en juego la propia dinámica constitucional: el espíritu de 1977, que hizo posible la pacífica transición. Hay motivos serios para la preocupación, ya que podría estar madurando una maniobra para transformar la sentencia sobre el Estatut en un verdadero cerrojazo institucional. Un enroque contrario a la virtud máxima de la Constitución, que no es otra que su carácter abierto e integrador.
El Tribunal Constitucional, por consiguiente, no va a decidir únicamente sobre el pleito interpuesto por el Partido Popular contra una ley orgánica del Estado (un PP que ahora se reaproxima a la sociedad catalana con discursos constructivos y actitudes zalameras). El Alto Tribunal va a decidir sobre la dimensión real del marco de convivencia español, es decir, sobre el más importante legado que los ciudadanos que vivieron y protagonizaron el cambio de régimen a finales de los años setenta transmitirán a las jóvenes generaciones, educadas en libertad, plenamente insertas en la compleja supranacionalidad europea y confrontadas a los retos de una globalización que relativiza las costuras más rígidas del viejo Estado nación. Están en juego los pactos profundos que han hecho posible los treinta años más virtuosos de la historia de España. Y llegados a este punto es imprescindible recordar uno de los principios vertebrales de nuestro sistema jurídico, de raíz romana: Pacta sunt servanda. Lo pactado obliga.
Hay preocupación en Catalunya y es preciso que toda España lo sepa. Hay algo más que preocupación. Hay un creciente hartazgo por tener que soportar la mirada airada de quienes siguen percibiendo la identidad catalana (instituciones, estructura económica, idioma y tradición cultural) como el defecto de fabricación que impide a España alcanzar una soñada e imposible uniformidad. Los catalanes pagan sus impuestos (sin privilegio foral); contribuyen con su esfuerzo a la transferencia de rentas a la España más pobre; afrontan la internacionalización económica sin los cuantiosos beneficios de la capitalidad del Estado; hablan una lengua con mayor fuelle demográfico que el de varios idiomas oficiales en la Unión Europea, una lengua que en vez de ser amada, resulta sometida tantas veces a obsesivo escrutinio por parte del españolismo oficial, y acatan las leyes, por supuesto, sin renunciar a su pacífica y probada capacidad de aguante cívico. Estos días, los catalanes piensan, ante todo, en su dignidad; conviene que se sepa.
Estamos en vísperas de una resolución muy importante. Esperamos que el Tribunal Constitucional decida atendiendo a las circunstancias específicas del asunto que tiene entre manos –que no es otro que la demanda de mejora del autogobierno de un viejo pueblo europeo–, recordando que no existe la justicia absoluta sino sólo la justicia del caso concreto, razón por la que la virtud jurídica por excelencia es la prudencia. Volvemos a recordarlo: el Estatut es fruto de un doble pacto político sometido a referéndum.
Que nadie se confunda, ni malinterprete las inevitables contradicciones de la Catalunya actual. Que nadie yerre el diagnóstico, por muchos que sean los problemas, las desafecciones y los sinsabores. No estamos ante una sociedad débil, postrada y dispuesta a asistir impasible al menoscabo de su dignidad. No deseamos presuponer un desenlace negativo y confiamos en la probidad de los jueces, pero nadie que conozca Catalunya pondrá en duda que el reconocimiento de la identidad, la mejora del autogobierno, la obtención de una financiación justa y un salto cualitativo en la gestión de las infraestructuras son y seguirán siendo reclamaciones tenazmente planteadas con un amplísimo apoyo político y social. Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable
La dignitat de Catalunya
Aquest editorial que publica EL PERIÓDICO en defensa de Catalunya ha estat redactat conjuntament pels 12 diaris les capçaleres dels quals figuren al peu.
Després de gairebé tres anys de lenta deliberació i de contínues maniobres tàctiques que han malmès la seva cohesió i han erosionat el seu prestigi, el Tribunal Constitucional pot estar a punt d’emetre sentència sobre l’Estatut de Catalunya, promulgat el 20 de juliol del 2006 pel cap de l’Estat, el rei Joan Carles, amb el següent encapçalament: «Sapigueu: que les Corts Generals han aprovat, els ciutadans de Catalunya han ratificat en referèndum i Jo vinc a sancionar la llei orgànica següent». Serà la primera vegada des de la restauració democràtica de 1977 que l’alt tribunal es pronuncia sobre una llei fonamental ratificada pels electors.
Dels 10 jutges amb dret a vot, quatre continuen en el càrrec després del venciment del seu mandat, com a conseqüència del sòrdid desacord entre el Govern i l’oposició sobre la renovació d’un organisme definit recentment per José Luis Rodríguez Zapatero com el «cor de la democràcia». Un cor amb les vàlvules obturades, ja que només la meitat dels seus integrants estan avui lliures de contratemps o de pròrroga. Aquesta és la cort de cassació que està a punt de decidir sobre l’Estatut de Catalunya. Per respecte al tribunal –un respecte sens dubte superior al que en diverses ocasions aquest s’ha mostrat a si mateix–, no farem més al·lusió a les causes del retard de la sentència.
Avanç o retrocés
No ens confonguem, el dilema real és avanç o retrocés; acceptació de la maduresa democràtica d’una Espanya plural, o el seu bloqueig. No només estan en joc aquest o aquell article, està en joc la mateixa dinàmica constitucional: l’esperit de 1977, que va fer possible la pacífica transició. Hi ha motius seriosos per a la preocupació, ja que podria estar madurant una maniobra per transformar la sentència sobre l’Estatut en un verdader tancament amb pany i forrellat institucional. Un enroc contrari a la virtut màxima de la Constitució, que no és sinó el seu caràcter obert i integrador.
El Tribunal Constitucional, per tant, no decidirà únicament sobre el plet interposat pel Partit Popular contra una llei orgànica de l’Estat (un PP que ara es reaproxima a la societat catalana amb discursos constructius i actituds afalagadores). Els pactes obliguenL’alt tribunal decidirà sobre la dimensió real del marc de convivència espanyol, és a dir, sobre el més important llegat que els ciutadans que van viure i van protagonitzar el canvi de règim a finals dels anys 70 transmetran a les joves generacions, educades en llibertat, plenament inserides en la complexa supranacionalitat europea i confrontades als reptes d’una globalització que relativitza les costures més rígides del vell Estat nació. Estan en joc els pactes profunds que han fet possible els 30 anys més virtuosos de la història d’Espanya. I arribats a aquest punt és imprescindible recordar un dels principis vertebradors del nostre sistema jurídic, d’arrel romana: Pacta sunt servanda. Allò pactat obliga.
Hi ha preocupació a Catalunya i cal que tot Espanya ho sàpiga. Hi ha alguna cosa més que preocupació. Hi ha un creixent atipament per haver de suportar la mirada irada dels que continuen percebent la identitat catalana (institucions, estructura econòmica, idioma i tradició cultural) com el defecte de fabricació que impedeix a Espanya assolir una somiada i impossible uniformitat. Els catalans paguen els seus impostos (sense privilegi foral); contribueixen amb el seu esforç a la transferència de rendes a l’Espanya més pobra; afronten la internacionalització econòmica sense els quantiosos beneficis de la capitalitat de l’Estat; parlen una llengua amb més marge demogràfic que el de diversos idiomes oficials a la Unió Europea, una llengua que, en lloc de ser estimada, resulta sotmesa tantes vegades a un obsessiu escrutini per part de l’espanyolisme oficial, i acaten les lleis, per descomptat, sense renunciar a la seva pacífica i provada capacitat d’aguant cívic. Aquests dies, els catalans pensen, sobretot, en la seva dignitat; convé que se sàpiga.
Som en vigílies d’una resolució molt important. Esperem que el Constitucional decideixi atenent les circumstàncies específiques de l’assumpte que té entre mans –que no és sinó la demanda de millora de l’autogovern d’un vell poble europeu–, recordant que no existeix la justícia absoluta, sinó només la justícia del cas concret, raó per la qual la virtut jurídica per excel·lència és la prudència. Tornem a recordar-ho: l’Estatut és fruit d’un doble pacte polític sotmès a referèndum.
Solidaritat catalana.
Publiquen també aquest text La Vanguardia, Avui, El Punt, Diari de Girona, Diari de Tarragona, Segre, La Mañana, Regió 7, El 9 Nou, Diari de Sabadell i Diari de Terrassa.