Mostrando entradas con la etiqueta FAO. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta FAO. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de octubre de 2014

Colaboraciones


Los mitos del sistema alimentario
by Esther Vivas




Nos dicen que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles. Un modelo altamente productivo que permite dar de comer a todo el mundo, muy eficiente, que ofrece una gran variedad de alimentos, que facilita el trabajo a los agricultores y lo mejor… que nunca antes habíamos comido de una manera tan segura. ¿En serio? 

Sin embargo, cuando analizamos en detalle, y con números en la mano, cada una de estas afirmaciones vemos que son falsas. Quienes las dicen piensan que por repetirlas una y otra vez nos las vamos a tragar. La verdad es que el actual modelo de producción, distribución y consumo de alimentos se sustenta en una serie de mitos que son mentira. 

Acabar con el hambre 
Uno de los ‘mantras’ más repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta productividad, puede acabar con el hambre. De hecho, en la actualidad, según datos del que fue relator especial de las Naciones Unidas por el derecho a la alimentación Jean Ziegler, en el mundo hay comida para 12.000 millones de personas, y en el planeta somos 7.000 millones. No debería haber nadie sin comer. La realidad, en cambio, es bien distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo, cas mil millones, pasan hambre. Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos… solo en los de aquellos que se lo pueden permitir. 

Más comida no significa poder comer. ¿Por qué? Los alimentos en el sistema agroalimentario se han convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas empresas del agronegocio y los supermercados que han convertido el derecho a la alimentación en un privilegio. En consecuencia, o tienes dinero para pagar el precio cada día más caro de los comestibles o acceso a aquello que da de comer (tierra, agua, semillas) o no comes. No tenemos un problema de falta de producción o superpoblación, sino de democracia, de acceso a los alimentos. 

Y cuando nos hablan de eficiencia… ¿qué eficiencia? La de un sistema que desperdicia anualmente, según datos de la FAO, un tercio de la comida que produce para consumo humano: un total de 1.300 millones de toneladas. ¿Alimentos para comer o tirar? He aquí la cuestión. La agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al negocio de la pobreza. 


Libertad y variedad 
Nos insisten en que somos “libres” para elegir entre una gran “variedad” de productos. Caprabo así nos da la bienvenida, como “librecomprador”. En cambio, bajo la ilusión de lo diverso se esconde la más estricta uniformidad. 

En el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y transgénicas. En el supermercado, nos venden un sinfín de comestibles. Pero nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran distribución encontramos siempre las mismas marcas. ¿Libertad? ¿Variedad? Más bien, todo lo contrario. 


De pobres campesinos a campesinos pobres 
¿Una agricultura que beneficia al campesino? ¿Dónde? La agricultura industrial está pensada por y para el agronegocio y en detrimento de aquellos que siempre han cuidado y trabajado la tierra. Sino, ¿cómo se explica que en Europa cada día más de mil explotaciones agrarias tengan que cerrar? Así lo dice la Coordinadora Europa de La Vía Campesina. O, ¿que en el Estado español únicamente el 4,3% de la población activa se dedique a la agricultura? La respuesta es fácil: a la hora de vender comida, quien menos gana es aquel que la produce. 

El diferencial entre el precio que se paga al agricultor en el campo y el que nosotros pagamos en el supermercado continúa subiendo. Hoy, el coste del producto alimentario de origen a destino se multiplica de media por 4,52. La diferencia porcentual entre lo pagado en la huerta y el “súper” por alimentos como el calabacín, el repollo y la berenjena es de 950%, 808% y 717% respectivamente, según el Índice de Precios en Origen y Destino. Hemos pasado de los pobres campesinos a los campesinos pobres. 


¿Seguridad alimentaria? 
Afirman que la comida nunca había sido tan segura. Pero entonces, ¿cómo se explican los escándalos alimentarios que nos sacuden día sí día también? Desde las vacas locas, pasando por el pollo con dioxinas hasta los productos con carne de caballo donde se suponía solo había vacuno. No tenemos ni idea de qué nos llevamos a la boca. 

Al mismo tiempo, las dolencias vinculadas a aquello que comemos no han hecho sino aumentar. Las “enfermedades occidentales”, como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares y el cáncer resultado de una “dieta occidental”, altamente procesada, con mucha carne, grasa y azúcar añadido son, tristemente, la mejor prueba. Somos lo que comemos. Las consecuencias de una agricultura y una alimentación “adicta” a los agrotóxicos, los transgénicos y los aditivos varios son claras. 

¿Que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles? Por favor, que no nos vendan la moto.

lunes, 7 de julio de 2014

Colaboraciones


¿Quién tiene miedo de la agricultura ecológica? (I) 
 by Esther Vivas 



La agricultura ecológica pone muy nerviosos a algunos. Así lo constatan, en los últimos tiempos, la multiplicación de artículos, entrevistas, libros que tiene por único objetivo desprestigiar su trabajo, desinformar acerca de su práctica y desacreditar sus principios. Se trata de discursos plagados de falsedades que, vestidos de una supuesta independencia científica para legitimarse, nos cuentan las “maldades” de un modelo de agricultura y alimentación que suma progresivamente más apoyos. Sin embargo, ¿por qué tanto esfuerzo en desautorizar dicha práctica? ¿Quién tiene miedo de la agricultura ecológica? 

Cuando una alternativa cuaja socialmente dos son las estrategias para neutralizarla: la cooptación y la estigmatización. La agricultura ecológica es torpedeada por ambas. Por un lado, cada vez son más las grandes empresas y los supermercados que producen y comercializan estos productos para dar cobertura a un floreciente nicho de mercado y “limpiarse” la imagen, a pesar de que sus prácticas no tienen nada que ver con lo que defiende este modelo. Su objetivo: cooptar, comprar, subsumir e integrar esta alternativa en el modelo agroindustrial dominante, vaciándola de contenido real. Por otro lado, la estrategia del “miedo”: estigmatizar, mentir y desinformar acerca de la misma, confundir a la opinión pública, para así desautorizar este modelo alternativo. 

Y, ¿si alzas la voz en su defensa? Insultos y descalificaciones. Si un científico se posiciona en contra de la agricultura industrial y transgénica, es tachado de “ideológico”. Como si defender este tipo de agricultura no respondiera a una determinada ideología, la de aquellos que se sitúan en la órbita de las multinacionales agroalimentarias y biotecnológicas, y que a menudo cobran de las mismas. Si un “no científico” la crítica, entonces, su problema es que no sabe, que es un ignorante. Según estos parece que solo los científicos, y en particular aquellos que defienden sus mismos postulados, pueden tener una posición válida al respeto. Una actitud muy respetuosa con la diferencia. Otra práctica habitual es calificar a quien crítica de “magufo”, sinónimo despectivo, según la jerga de esta “elite científica”, de anticientífico. Se ve que defender una ciencia al servicio de lo público y lo colectivo implica estar en contra de la misma. Una argumentación de locos. 

Veamos, a continuación, alguna de las afirmaciones más repetidos para descalificar y desinformar sobre la agricultura ecológica, y que ampliaremos en siguientes artículos. Porque hay quienes creen que repetir mentiras sirve para construir una “verdad”. Ante la calumnia, datos e información. 

domingo, 20 de abril de 2014

Colaboraciones

Internacionalismo campesino
by Esther Vivas



Tierra, agua y semillas son imprescindibles para cultivar y comer. O alimentos para la mayoría o dinero para la minoría, ésta es la cuestión. La Vía Campesina, el mayor movimiento internacional de pequeños agricultores, jornaleros y sin tierra, lo reivindica día a día. Hoy, 17 de abril, en la jornada internacional de la lucha campesina repasamos su historia. 


Combatiendo la 
globalización alimentaria 

La globalización alimentaria, diseñada por y para la agroindustria y los supermercados, privatiza los bienes comunes, acaba con aquellos que cuidan y trabajan la tierra y convierte la comida en un negocio. La liberalización de la agricultura, no es más que una guerra contra el campesinado. Se trata de políticas que, amparadas por instituciones y tratados internacionales, acaban con los pequeños y medianos agricultores y las comunidades rurales. 

Ante esta ofensiva, emergió, en 1993, La Vía Campesina, como la máxima expresión de aquellos que en el campo resisten y combaten la globalización neoliberal y los dictados de organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los antecedentes de La Vía se remontan a mediados de los años 80, cuando, en motivo de la Ronda de Uruguay del GATT, varias organizaciones campesinas llevaron a cabo importantes esfuerzos para internacionalizar el movimiento. 

A principios de los 90, se constituyó La Vía, en parte, como una alternativa más radical a la hasta entonces única organización internacional campesina, la Federación Internacional de Productores Agrícolas (IFAP), creada en 1946. Una organización que representaba, principalmente, los intereses de los mayores agricultores, situados, en general, en los países del Norte, y favorable al diálogo con las instituciones internacionales. 

miércoles, 15 de enero de 2014

Col·laboracions

“L’obesitat i la fam 
són dues cares d’un sistema alimentari 
que no funciona” 



Entrevista a Esther Vivas a la revista Mundo rural 

Amb motiu de la seva visita a Tenerife per a la celebració del Dia Internacional de les Dones Rurals (15 d’octubre), tenim l’oportunitat de parlar amb Esther Vivas, activista social i investigadora en polítiques agràries i alimentàries. 

Quin és l’estat de l’actual model de producció, de distribució i consum d’aliments? 
Avui, mentre milions de persones al món no tenen què menjar, uns altres mengen massa i malament. L’obesitat i el fam són dues cares d’una mateixa moneda. La d’un sistema alimentari que no funciona i que condemna a milions de persones a la malnutrició. Vivim, en definitiva, en un món d’obesos i famèlics. Les xifres ho deixen clar: 870 milions de persones al planeta passen gana, mentre 500 milions tenen problemes d’obesitat, segons indica l’informe L’Estat Mundial de l’Agricultura i l’Alimentació 2013, publicat recentment per la FAO ( l’Organització de les Nacions Unides per a l’Alimentació i l’Agricultura), i que aquest any analitza la xacra de la malnutrició. Una problemàtica que no només afecta als països del Sud, sinó que aquí cada vegada ens resulta més propera. 

La fam severa i l’obesitat són només la punta de l’iceberg. Com afegeix la FAO, dues mil milions de persones al món pateixen deficiències de micronutrients (ferro, vitamina A, iode…), el 26% dels nens tenen, en conseqüència, retard en el creixement i 1.400 milions viuen amb sobrepès. El problema de l’alimentació no consisteix només en si podem menjar o no, sinó en què ingerim, de quina qualitat, procedència, com ha estat elaborat. No es tracta només de menjar sinó de menjar bé. 

I qui surt guanyant amb aquest model?
 La indústria agroalimentària i la gran distribució, els supermercats, són els principals beneficiaris. Aliments quilomètrics (que vénen de l’altra punta del món), conreats amb altes dosis de pesticides i fitosanitaris, en condicions laborals precàries, prescindint de la pagesia, amb poc valor nutritiu…són alguns dels elements que ho caracteritzen. En definitiva, un sistema que anteposa els interessos particulars del agribusiness a les necessitats alimentàries de les persones. 

Com afirma Raj Patel en la seva obra ‘Obesos i famèlics’ (Els llibres del linx, 2008): “La fam i el sobrepès globals són símptomes d’un mateix problema. (…) Els obesos i els famèlics estan vinculats entre si per les cadenes de producció que porten els aliments del camp fins a la nostra taula”. I afegeixo: per menjar bé, perquè tots puguem menjar bé, cal trencar amb el monopoli d’aquestes multinacionals en la producció, la distribució i el consum d’aliments. Perquè per sobre de l’afany de lucre, prevalgui el dret a l’alimentació de les persones. 

I qui surt perdent? 
Estem corrent el risc del desmantellament d’un sector, l’agrari, estratègic per a la nostra economia. Això no és nou, però amb les actuals mesures no fa sinó aguditzar-se. Avui, menys del 5% de la població activa en l’Estat espanyol treballa en l’agricultura, i una part molt significativa són persones majors. Aquest indicador, segons els estàndards actuals, és símbol de progrés i modernitat. Tal vegada, hauríem de començar a preguntar-nos amb quins paràmetres es defineixen tots dos conceptes. 

L’agricultura camperola és una pràctica en extinció. Anualment, milers de finques tanquen les seves portes. Sobreviure en el camp i treballar la terra no és tasca fàcil. I és que qui més surt perdent en l’actual model de producció, distribució i consum d’aliments són, precisament, aquells que produeixen el menjar. La renda agrària se situava en 2007, segons la COAG, en un 65% de la renda general. El seu empobriment és evident. Avancem cap a una agricultura sense camperols. I, si aquests desapareixen, en mans de qui queda la nostra alimentació? 

Quina relació té això amb l’actual situació de crisi? 
La crisi econòmica no ha fet sinó empitjorar aquesta situació. Cada vegada més persones són empeses a comprar productes barats i menys nutritius, segons es desprèn de l’informe ‘Generació XXL’ (2012), de la companyia de recerca IPSOS. Com aquests indiquen, a Gran Bretanya, per posar un cas, la crisi ha fet que les vendes de carn de xai, verdures i fruita fresca hagin disminuït considerablement, mentre que el consum de productes envasats, com galetes i pizzes, hagi augmentat en els últims cinc anys. Una tendència generalitzable a altres països de la Unió Europea. 

Milions de persones sofreixen avui les conseqüències d’aquest model d’alimentació “fast food”, que acaba amb la nostra salut. Les malalties vinculades al que mengem no han fet sinó augmentar en els últims temps: diabetis, al·lèrgies, colesterol, hiperactivitat infantil, etc. I això té conseqüències econòmiques directes. Segons la FAO, l’estimació global del cost econòmic del sobrepès i l’obesitat va ser, en 2010, aproximadament d’1,4 bilions de dòlars. 

lunes, 18 de noviembre de 2013

Col·laboracions

Agricultura i alimentació, nom de dona
Les dones, motor de l’agricultura
Esther Vivas, periodista i investigadora en polítiques agrícoles i alimentàries.

Quan parlem d’agricultura i alimentació, poques vegades fem referència al paper clau que les dones han tingut i tenen en la producció, la distribució i el consum dels aliments. Com tot treball de cures, el menjar ha quedat relegat al bagul dels invisibles. Però, l’agricultura i l’alimentació tenen nom de dona, i és imprescindible visibilitzar i donar valor al que mengem i a com mengem assenyalant que això és cosa de tots.

El cultiu dels aliments, especialment les hortes a petita escala, ha estat tradicionalment un treball femení. Als països del sud, encara avui, entre un 60 i un 80% de la producció del menjar es troba en mans de les dones. Malgrat aquest fet, són les dones i les nenes, segons dades de la FAO, les que més passen gana: un 60% de la fam crònica les colpeja de ple. Per què? Les dones treballen la terra, la cultiven, en recol·lecten els aliments, però no tenen accés a la seva propietat, al crèdit agrícola… i, conseqüentment, no reben el fruit del que produeixen.
Però no cal anar als països del sud per veure que el model agrícola i alimentari actual té un impacte negatiu en les dones: aquí, quantes pageses han treballat tota la vida al camp i, en canvi, no han constat mai en cap paper, no han cotitzat a la seguretat social. Vivim en un sistema patriarcal que invisibilitza i menysté el treball de les dones. L’agricultura i l’alimentació en són un exemple clar.
El model agroalimentari actual és irracional, no tan sols perquè es basa en aliments quilomètrics, quan podríem consumir-ne de proximitat; acaba amb la pagesia local, en lloc de defensar un món rural viu; aposta per unes poques varietats agrícoles, quan es poden recuperar tantes llavors antigues; és addicte als pesticides i als transgènics, amb el que això implica per a la nostra salut i la del planeta, en comptes de fer agricultura ecològica… sinó que, a més, condemna a la fam i a l’anonimat a les que tenen un paper central en la producció del menjar: les dones.
Quan avui emergeixen arreu alternatives a una agricultura industrial i intensiva que ha fracassat, les dones tenen un paper central. Nova pagesia i en femení és la que trobem en molts llocs del territori, on dones pageses, sovint joves, es posen al davant de la finca i aposten per una altra agricultura i alimentació que situa al centre les persones i la terra. Grups i cooperatives de consum en què les dones tenen un pes central. Experiències d’aprofitament i reciclatge del menjar, “fogons mòbils” i cuines populars, amb dones al capdavant. Horts urbans, que ocupen solars i terrenys abandonats, amb una presència femenina important.
Alternatives que reivindiquen la sobirania alimentària, la capacitat de decidir, nosaltres (pagesia i consumidors), sobre el que es cultiva i el que mengem. Una alternativa que ha de ser necessàriament feminista i apostar per la igualtat de drets, reivindicant l’accés als mitjans de producció dels aliments (terra, aigua i llavors) en igualtat de condicions, tant per a homes com per a dones.
En recuperar l’interès pel que mengem, d’on ve, com ha estat produït… donem valor, un altre cop, a quelcom tan essencial com l’agricultura i l’alimentació. La compra del menjar i la cuina a casa continua sent, en bona mesura, territori de dones. Una feina, sovint, ni reconeguda ni valorada, però imprescindible, que sosté el treball productiu, que sí que valora el capital. Assenyalar-ne la importància, fer que compti, i deixar clar que és responsabilitat de totes i tots és el primer pas per començar a canviar les coses i fer que les nostres vides siguin més justes, sanes i, en definitiva, vivibles.

sábado, 6 de julio de 2013

Col·laboracions

Quan es premia 
els que generen fam
Article escrit per:
Esther Vivas, periodista i investigadora en polítiques agrícoles i alimentàries.








Vivim en un món al revés, en què es premia les multinacionals de l’agricultura transgènica, mentre acaben amb la pagesia i l’agrodiversitat. El Premi Mundial d’Alimentació 2013 –el que alguns anomenen el Nobel d’Agricultura– s’ha concedit enguany a dos representants de la indústria transgènica: Robert Fraley de Monsanto i Mary-Dell Chilton de Syngenta. El tercer guardonat ha estat Marc Van Montagu de la Universitat de Gant (Bèlgica). Tots han estat distingits per les seves investigacions a favor d’una agricultura biotecnològica.

I em pregunto: Com pot ser que es concedeixi un guardó que, teòricament, reconeix “les persones que han fet avançar (…) la millora de la qualitat, la quantitat i l’accés als aliments” als que promouen un model agrícola que genera fam, pobresa i desigualtat? Els mateixos arguments, imagino, que porten a concedir el Nobel de la Pau als que fomenten la guerra. Com diu l’escriptor Eduardo Galeano en el seu llibre Patas arriba (1998) “es premia al revés: es menysprea l’honestedat, es castiga el treball, es recompensa la falta d’escrúpols i s’alimenta el canibalisme”.

Ens volen fer creure que les polítiques que ens han conduït a la present situació de crisi alimentària en seran les solucions; però això és mentida. La realitat tossuda ens demostra, malgrat els discursos oficials, que el model actual d’agricultura i alimentació és incapaç de proporcionar menjar a la gent, cuidar de les nostres terres i dels que treballen el camp. Avui, malgrat que, segons dades de l’institut GRAIN, la producció d’aliments s’ha multiplicat per tres des dels anys seixanta però la població mundial des d’aleshores tan sols s’ha duplicat, 870 milions de persones al món passen gana. Fam, doncs, en un planeta de l’abundància del menjar.

L’Organització de les Nacions Unides per a l’Alimentació i l’Agricultura, la FAO, reconeix que en els darrers cent anys han desaparegut el 75% de les varietats agrícoles. La nostra seguretat alimentària, per tant, no està garantida, ja que depenem d’un ventall cada cop més reduït d’espècies animals i vegetals. En definitiva, es promouen les varietats que s’adeqüen més als estàndards de l’agroindústria (que poden viatjar milers de quilòmetres abans d’arribar al nostre plat, que tenen un bon aspecte a les lleixes del supermercat, etc.), i es deixen de banda altres criteris com la qualitat i la diversitat del que mengem.

Se’ns diu que per acabar amb la fam al món cal produir més aliments i, en conseqüència, cal més agricultura transgènica. Però, avui, de menjar no en falta sinó que en sobra: no tenim un problema de producció, sinó d’accés. I l’agricultura transgènica no democratitza el sistema alimentari; ans al contrari, privatitza les llavors, promou la dependència pagesa, contamina l’agricultura convencional i ecològica i imposa els seus interessos particulars al principi de precaució que hauria de prevaldre.

Marie Monique Robin, autora del llibre i el documental El mundo según Monsanto (2008), ho deixa clar: aquestes empreses volen “controlar la cadena alimentària” i “els transgènics són un mitjà per aconseguir aquest objectiu”. Premis com els concedits a Monsanto i Syngenta són una farsa, davant la qual només hi ha una resposta possible: la denúncia. Cal assenyalar que una altra agricultura només serà possible al marge dels interessos d’aquestes multinacionals.