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sábado, 12 de marzo de 2016

Colaboraciones


¿Qué esconden los beneficios de Mercadona? 
by Esther Vivas 




A bombo y platillo, el presidente de Mercadona Juan Roig anunció la semana pasada los millonarios beneficios, un año más, de la empresa. Un total de 611 millones de euros netos, un 12% más que en el ejercicio anterior. Y es que Mercadona, como ningún otro supermercado, ha sabido sacar partido de la crisis, convirtiéndose en estos años en el número uno de la gran distribución, y su presidente en una de las principales fortunas españolas, según la revista Forbes. 

¿Cuáles son las claves del éxito de Mercadona? ¿Qué se esconde tras una estudiada estrategia de marketing que habla de “conciliación”, “repartición de beneficios”, “cadena agroalimentaria sostenible” y “creación de empleo”? 


Abusos laborales 
Las denuncias a Mercadona por malas prácticas y abusos laborales son múltiples. Despidos improcedentes, política antisindical, presión extrema sobre la plantilla, dificultades para obtener la baja por enfermedad, acoso laboral, expedientes disciplinarios son solo algunas de las denuncias que han realizado sus empleados. En 2015, la empresa fue condenada como responsable civil subsidiaria por el acoso sexual sufrido por dos empleadas en un centro de Valencia. En el Mercadona de Fraga, en 2014, se denunciaron tres casos de acoso laboral. En 2013, Francisco Enríquez, siete años en un centro en Málaga, fue despedido tras ser elegido delegado sindical de CGT. En 2006, la compañía tuvo que indemnizar a una empleada de un supermercado de Pozoblanco, Córdoba, por despido improcedente. El mismo año, en 2006, se dio uno de los mayores conflictos en el Centro Logístico de Sant Sadurní d’Anoia, encargado del abastecimiento de los supermercados de Catalunya, Aragón y Castelló, cuando varios mozos de almacén iniciaron un proceso de auto-organización con el apoyo del sindicato CNT. La respuesta de Mercadona: tres empleados a la calle. Por solo citar unos pocos ejemplos, de los muchos que hay. 

Sin embargo, las malas prácticas laborales forman parte del ADN de la empresa. Un ejemplo: el protocolo de Mercadona obliga a que en caso de embarazo, accidente o enfermedad, se notifique la situación al coordinador de la tienda, quien contacta con el médico de la empresa, y evita de este modo que el trabajador asista a su médico de cabecera y obtenga la baja. En caso necesario, se conceden los llamados “días de descanso”, que no baja, durante los cuales el médico de Mercadona llama cada día al trabajador para ver si ya está listo para incorporarse de nuevo a su puesto. ¿Dónde quedan en Mercadona los derechos de sus empleados? 

Ya lo decía The Wall Street Journal: el “modelo alemán” es el éxito de la empresa, condiciones de trabajo flexibles y salarios ligados a la productividad. Algo de lo que Juan Roig no habla en sus balances de beneficios. 


La muerte del pequeño comercio 
El pequeño comercio es otro de los grandes damnificados por Mercadona. No en vano, a finales del 2013, la empresa lanzó una nueva estrategia para vender productos frescos y acabar con la “competencia”. Así lo decía Juan Roig: “Sin ir a Harvard sino a ‘Harvacete’, los fruteros son más listos que nosotros”. Alrededor de cada Mercadona, añadía, “no hay ningún colmado pero hay ocho fruterías”. El objetivo, acabar con ellas. 

Los campesinos, ganaderos y proveedores han denunciado también a la empresa. El sindicato valenciano Unió de Llauradors interpuso, en 2014, una denuncia contra Mercadona por vender a pérdidas la carne de pollo, que comercializaba a un precio inferior al de su adquisición, presionando a la baja el precio en origen. La Unións Agrarias y la Asociación Sectorial de Criadores Avícolas de Galicia denunció un año antes la misma práctica en los centros gallegos. En junio de 2013, campesinos canarios concentrados a las puerta de un Mercadona en Las Palmas de Gran Canaria regalaron toneladas de patatas para señalar los precios de miseria que les pagaba el supermercado, por debajo del coste de producción. 


Alimentos ‘viajeros’ 
Mercadona se ha sumado a la tendencia de lo local. Sin embargo, aunque intenta hacer gala de producto de proximidad, un mero paseo por sus lineales y una lectura atenta a su etiquetado contradice a menudo dicho marketing. Y es que ni la famosa orxata valenciana parece ser de Valencia en los estantes de una empresa que tiene su origen precisamente en este territorio. Como denunció la Unió de Llauradors en 2013: la orxata que comercializa Mercadona no lleva el distintivo de Denominación de Origen con lo cual, muy probablemente, la xufa que utiliza viene de África. 

Y, ¿el aceite? El sindicato COAG puso de relieve, en marzo de 2009, el pacto al que Mercadona llegó con la empresa portuguesa Sovena, cuyo principal accionista, “casualidades” de la vida, es uno de los yernos de Juan Roig. Su acuerdo: plantar olivar y producir aceite de oliva en Portugal y el norte del Magreb. De este modo, se deslocaliza la producción, se importan alimentos “viajeros”, con miles de kilometros a sus espaldas, y la empresa aumenta sus beneficios. ¿Dónde queda el producto local en Mercadona? Y, ¿a qué precio se paga al proveedor? 

No es de extrañar que así le salgan los números a Mercadona. Más crisis, más precariedad, mayores beneficios. “Supermercados de confianza”, nos dicen, yo lo dudo. 



Fotografia: Articulista

sábado, 6 de septiembre de 2014

Colaboraciones


El poder de los supermercados 
by Esther Vivas



La gran distribución comercial (supermercados, hipermercados, cadenas de descuento…) ha experimentado en los últimos años un fuerte proceso de expansión, crecimiento y concentración empresarial. Las principales compañías de venta al detalle han entrado a formar parte del ranking de las mayores multinacionales del planeta y se han convertido en uno de los actores más significativos del proceso de globalización capitalista. 

Su aparición y desarrollo ha cambiado radicalmente nuestra manera de alimentarnos y consumir, supeditando estas necesidades básicas a una lógica mercantil y a los intereses económicos de las grandes empresas del sector. Se produce, se distribuye y se come aquello que se considera más rentable. 


"Operación supermercado" 
En el Estado español, la apertura del primer supermercado se llevó a cabo en el año 1957 y tuvo lugar en Madrid. Se trataba de un “supermercado-autoservicio” de carácter público promovido por el régimen franquista bajo el programa “Operación supermercado” que importó el modelo de distribución comercial estadounidense bajo la influencia del Plan Marshall. Su objetivo: modernizar el “comercio patrio”. La experiencia fue todo un éxito, dando lugar en muy poco tiempo a una red de supermercados públicos en varias ciudades como San Sebastián, Bilbao, Zaragoza, Gijón, Barcelona, La Coruña, etc. 

En 1959 abrió el primer supermercado de capital privado en Barcelona, fundado por las familias Carbó, Prat y Botet, propietarias de comercios de ultramarinos, y que lo bautizaron con el nombre de Caprabo, tomando la primera sílaba de cada uno de sus apellidos. Su apertura, como cuenta el libro Caprabo 1959-2009, significó una auténtica “revolución” entre los consumidores, atraídos sobre todo por el hecho de poder coger directamente de las estanterías los productos a comprar. Con el paso del tiempo, los supermercados privados, que el mismo gobierno franquista animó a crear, se impusieron, creando una extensa red de autoservicios en todo el Estado, y los de carácter público fueron desapareciendo. 

En ese mismo momento en Europa, los supermercados eran una realidad emergente. En 1957, en Gran Bretaña existían 3.750 establecimientos, en la República Federal de Alemania 3.183, en Noruega 1.288 y en Francia 663. El Estado español e Italia se situaban a la cola, con 3 y 4 autoservicios respectivamente. Los supermercados eran considerados un símbolo de modernidad y progreso. A partir de entonces, su extensión fue in crescendo, diez años más tarde, en 1968, el número de supermercados en el Estado sumaba ya 3.678 y veinte años después, en 1978, la cifra alcanzaba los 13.215 establecimientos. Su modelo de distribución y venta al detalle se generalizó a lo largo de la década de los 80 y 90, llegando a ejercer a día de hoy un dominio absoluto de la distribución alimentaria. 

Además, la mayor parte de nuestra cesta de la compra, entre un 68% y un 80%, la adquirimos en supermercados, hipermercados y cadenas de descuento. Según la revista especializada Alimarket, y con datos del 2012, el 68,1% de la alimentación envasada y la droguería la compramos en este tipo de canales, principalmente en los supermercados, frente al 1,5% que adquirimos en la tienda tradicional, el 25,1% en comercios especialistas y el 5,3% en otros. Según el informe Expo Retail 2006, casi el 82% de la compra de alimentos se realiza a través de la gran distribución, el 2,7% en tiendas tradicionales, el 11,2% en establecimientos especializados y el 4,2% es adquirido en otros lugares. En consecuencia, el consumidor cada vez tiene menos puertas de acceso a los alimentos y el productor menos opciones para llegar al consumidor. El poder de venta de los supermercados es total. 


Mucho poder en pocas manos 
Una distribución moderna que además concentra su peso en muy pocas compañías. De hecho, la mayor parte de nuestras compras en el supermercado se llevan a cabo en sólo seis cadenas, que controlan el 60% de dicho mercado. Se trata de Mercadona, con un 23,8% de la cuota de mercado, Carrefour con un 11,8%, Eroski (que incluye a Caprabo) con un 9,1%, Dia con un 6%, Alcampo (que integra los supermercados Sabeco) con un 5,9% y El Corte Inglés (con SuperCor y OpenCor) con un 4,3%. Les siguen Lidl, Consum, AhorraMás y DinoSol, que en conjunto conforman las diez principales empresas del sector. Nunca el mercado de la distribución alimentaria había estado en tan pocas manos. 

En Europa, la dinámica es la misma. En el conjunto del continente, las diez principales cadenas de supermercados controlaban, con datos del 2000, más del 40% de la cuota de mercado. Actualmente, se calcula que la concentración es aún mayor. En países como Suecia, solo tres compañías de supermercados monopolizan alrededor del 95% de la distribución, y en países como Dinamarca, Bélgica, Francia, Holanda y Gran Bretaña, unas pocas empresas dominan entre el 60% y el 45% del total, según un informe de Veterinarios Sin Fronteras. 

Asimismo, algunas de las mayores fortunas en Europa están vinculadas a la historia de la gran distribución. En Alemania, la persona más rica del país fue hasta el 16 de julio del 2014, fecha de su muerte, Karl Albrecht, fundador y copropietario de los supermercados Aldi. Tras su fallecimiento, el número uno pasó a ser ocupado por Dieter Schwarz, propietario del grupo Schwarz, que incluye las cadenas de supermercados Kaufland y Lidl. En Francia, la segunda fortuna del país está en manos de Bernard Arnault, propietario del grupo de artículos de lujo LVMH y con una participación muy importante en Carrefour. Y sin ir más lejos, en el Estado español, el segundo puesto del ranking de las grandes fortunas recae en Juan Roig, propietario de Mercadona. 


La ‘teoría del embudo’ 
Una concentración que se visualiza claramente en la llamada “teoría del embudo”: miles de campesinos por un lado y millones de consumidores por el otro y tan solo unas pocas empresas de la gran distribución controlan la mayor parte de la comercialización de los alimentos. Tomemos el ejemplo del Estado español. En el extremo superior del embudo, contamos con alrededor de 720 mil campesinos y personas que trabajan en el campo y en el extremo inferior unos 46 millones de habitantes y consumidores, en medio 619 empresas y grupos del sector de la distribución con base alimentaria (con Mercadona, Carrefour, Grupo Eroski, Dia, Alcampo, El Corte Inglés, Lidl, Consum, AhorraMás, Makro, Gadisa, Grupo El Árbol, Condis, Bon Preu, Aldi, Alimerka a la cabeza) determinan la relación entre ambos. Y un dato a tener en cuenta: de entre estas 619 compañías, solo las 50 primeras ya controlan el 92% de total de la cuota de mercado. 

Son estas empresas las que que determinan a qué precio se pagan los productos al agricultor y qué coste tienen para nosotros en el ‘súper’, dándose la paradoja de que el campesino cada vez recibe menos dinero por aquello que vende y nosotros, como consumidores, pagamos más. Queda claro, quién gana. Se trata de un oligopolio, donde unas pocas empresas controlan el sector, que empobrece la actividad campesina, homogeneiza aquello que comemos, precariza las condiciones laborales, acaba con el comercio local y promueve un modelo de consumo insostenible e irracional. 

El poder de la gran distribución es enorme y nuestra alimentación queda supeditada a sus intereses económicos. Pensamos que somos nosotros quiénes decidimos lo que comemos, pero ¿es así?

miércoles, 6 de agosto de 2014

Colaboraciones


¿Adiós al campesinado?
by Esther Vivas



La agricultura ha dejado de ser desde hace años una actividad económica central. Ante un modelo agrario diseñado por y para el agronegocio, cada vez más campesinos se han visto obligados a cerrar sus explotaciones y abandonar el sector. Sin embargo nuestras necesidades alimentarias siguen allí. Sin campesinado, ¿quién nos dará de comer? 

La agricultura, en el Estado español, ha pasado de ser una de las principales actividades económicas a una práctica casi residual. En 1900, el 70% de la población activa trabajaba en el sector agrícola; en 1950, ésta había disminuido hasta el 50% del total; en 1980, ya únicamente representaba el 19%; y en 2013, sumaba un escuálido 4,3%. Las explotaciones agrarias, del mismo modo, desaparecen a gran velocidad. En el período de 1999 al 2009, en solamente diez años, éstas disminuyeron un 23%, según el Censo Agrario del Instituto Nacional de Estadística 2009. Pronto no quedarán campesinos en el campo. 

Menos explotaciones y más grandes. La concentración empresarial es otra realidad en el mundo agrario. Entre 1999 y 2009, a pesar del cierre de fincas, las que se mantuvieron, en todas las comunidades autónomas, aumentaron su extensión. Aunque los mayores incrementos se dieron en Galicia, La Rioja y Cantabria. En la ganadería, se repitió la dinámica: el número de explotaciones de cada especie de ganado disminuyó, pero aumentó el número medio de cabezas. Castilla y León se situó al frente de la producción de bovino y ovino y Catalunya fue la primera en la producción avícola y porcina, ambas comunidades con el mayor número de ejemplares de cada una de dichas especies. Por cierto, en Catalunya existen prácticamente tantas cabezas de cerdo, como de personas. 

La renta agraria en términos generales, en los últimos años, también ha retrocedido, a pesar de que en 2013, ésta aumentó un 7,7% después de varios años de mantenerse estable o en caída libre. Según datos de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), el sector agrario en la última década ha perdido un 23% de su renta. Asimismo, los costes de producción siguen incrementándose, y actualmente significan un 93% de la renta agraria en su conjunto. La subida de precios de la energía, los fertilizantes y los piensos ha contribuido de forma decisiva al aumento. Los ingresos disminuyen, los gastos no hace sino aumentar. 



Precios en origen y en destino 

El diferencial entre el precio que se paga en origen al productor y el que nosotros pagamos en la tienda o el supermercado continúa subiendo. Si en junio del 2013, el precio del producto alimentario de origen a destino se multiplicaba de media por 3,79, un año más tarde, en junio del 2014, el importe se multiplicaba por 4,52, según el Indice de Precios en Origen y Destino de los Alimentos. Aquellos productos con un mayor incremento de su coste eran el calabacín, el repollo y la berenjena, con un diferencial porcentual entre el precio en origen y en destino de un 950%, un 808% y un 717% respectivamente. En definitiva, quién produce lo que comemos es quién menos dinero recibe. 

lunes, 7 de abril de 2014

Colaboraciones

Alimentos km0, 
más allá del marketing
by Esther Vivas 



Hablar de productos km0 está de moda. El movimiento Slow Food comenzó promoviendo dicho concepto en los años 90 en defensa de una alimentación local, saludable y de calidad. Lo que denominan comida “buena, limpia y justa”, en oposición a la comida “fast food”. Sin embargo, ahora, incluso bancos como Catalunyacaixa promocionan sus servicios con este lema: “Banca km0, banca de proximidad”. Lo local, y más en un contexto de crisis, vende. Pero, ¿qué queremos decir cuando hablamos de km0? ¿Se trata de una moda, una marca o una apuesta por el cambio? 

Las gentes de Slow Food lo tienen claro. Promover los alimentos km0 implica apoyar una agricultura local, de proximidad, ecológica, de temporada, campesina, rescatar variedades antiguas que están desapareciendo, comprar directamente al pequeño productor, recuperar nuestra gastronomía. Una cocina en la que no hay lugar para los transgénicos o para aquellos cultivos que contaminan el medio ambiente y nuestra salud. Una alimentación que defiende producir, distribuir y consumir al margen de la agroindustria y los supermercados. Comer bien, en definitiva, en beneficio de la mayoría, ya sea en el campo o la ciudad. 

Una propuesta que ha calado. Tanto que algunos la utilizan incluso como mero instrumento de marketing, vaciándola de contenido, con el único propósito de vender más. Catalunyacaixa es el máximo exponente. No tiene vergüenza en definirse, en Catalunya, como “banca km0″ y añade “trabajando desde aquí y para la gente de aquí”. Aunque yo más bien diría: “desahuciando y estafando desde aquí a la gente de aquí”. Los supermercados se apuntan, también, al carro. Ahora, Carrefour, Mercadona, Alcampo, Eroski, El Corte Inglés dicen apostar por lo local. Olvidan, sin embargo, que sus prácticas, precisamente, han acabado con el comercio, el empleo y la agricultura local. 

En tiempos de crisis, la comida con bandera vende. Consume nacional y pata negra. En Francia, desde hace años, la extrema derecha reclama el “Made in France”, eso sí, pura sangre. Antes, el Partido Comunista francés abrazaba dicha consigna. En Estados Unidos, los conservadores, en los 90, hicieron campaña con la consigna “Buy American” contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Y aquí, ahora, se lleva el “Hecho en España”. Primero lo de casa, vamos. Exigir local, en cambio, nada tiene que ver con una cuestión de banderas sino de justicia. El leitmotiv del km0 se encuentra en las antípodas de lo que defienden los que levantan enseñas. 

Se trata de promover una producción y un consumo de proximidad con la imprescindible mirada de la soberanía alimentaria, devolviendo la capacidad de decidir a las gentes, apostando por un mundo rural vivo, con total respeto a la “madre tierra” y en alianza y solidaridad con los otros pueblos. Todo lo contrario de chovinismos y racismos. Nada que ver con el agribusiness y el poder financiero. Solo así la defensa de lo local tiene sentido.

viernes, 28 de junio de 2013

Col·laboracions

Una agricultura 
sense pagesos 
Per Esther Vivas




La Unió Europea sembla que no pararà fins que acabi amb la petita pagesia. Així es desprèn de la reforma de la Política Agrícola Comunitària (PAC) aprovada abans d'ahir a Brussel·les. Unes mesures que beneficien, un cop més, als grans terratinents i a la agroindústria, en detriment d'aquells que treballen i cuiden de la terra.

Una sola dada: malgrat que a l'Estat espanyol només 350 mil persones estan donades d'alta com a treballadors al camp, 910.000 reben ajudes. Qui són, doncs, aquests 560 perceptors de subvencions que no són pagesos però sí reben aquests diners? L'informe Una Política Agraria Común para el 1%, de Veterinaris Sense Fronteres, ho deixa clar. Es tracta d'empreses de l'agroindústria, grans viticultors, supermercats i terratinents. Els seus noms i cognoms: Pastas Gallo, Nutrexpa, Osborne, Nestlé, Campofrío, Mercadona, la Casa d'Alba, per anomenar tan sols els principals beneficiaris.  

Això sí. Amb la nova PAC, ni aeroports ni ferrocarrils ni camps de golf rebran més ajudes agràries. Imagino que el robatori, o desviament de fons, resultava massa escandalós. Altres amics d'Arias Cañete, en canvi, continuaran rebent importants subvencions. A destacar, la seva dona, Micaela Domecq, terratinent andalusa i propietària dels Cellers Domecq.
  
Com afirma el sindicat agrari COAG, en la seva valoració i anàlisi de la reforma de PAC, "es corre el risc de desmantellar un sector, l'agrari, estratègic per a la nostra economia". Una pràctica que no és nova, però que amb les actuals mesures no fa sinó aguditzar-se. Avui, menys del 5% de la població activa a l'Estat espanyol treballa en l'agricultura, i una part molt significativa són persones grans. Un fet que, segons els estàndards actuals, és símbol de progrés i modernitat. Potser, hauríem de començar a preguntar-nos amb quins paràmetres es defineixen aquests dos conceptes.

L'agricultura pagesa és una pràctica en extinció. Anualment, milers de finques tanquen les seves portes. Sobreviure al camp i treballar la terra no és tasca fàcil. I és que qui més surt perdent en l'actual model de producció, distribució i consum d'aliments són, precisament, aquells que produeixen el menjar. La renda agrària se situava l'any 2007, segons la COAG, en un 65% de la renda general. El seu empobriment és clar. Avancem cap a una agricultura sense pagesos.

I, si aquests desapareixen, en mans de qui queda la nostra alimentació? Crec que la resposta és clara: en mans d'un grapat d'empreses de l'agroindústria i la distribució que controlen cadascun dels esglaons de la cadena alimentària, des de les llavors fins al producte final. Cargill, Monsanto, Syngenta, Dupont, Procter & Gamble, Nestlé, Kraft, Mercadona, Eroski, Carrefour, Alcampo, El Corte Inglés... són els que, finalment, ens donen de menjar. I, així ens van les coses.




*Enviat per l'autora. Publicat a Article a Publico.es, 28/06/2013.