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lunes, 2 de noviembre de 2015

Colaboraciones


TTIP: salud y alimentación en peligro 
by Esther Vivas 






Nos quieren pobres, mal alimentados y enfermos. Y el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones entre Estados Unidos y la Unión Europea, el TTIP por sus siglas en inglés, es uno de los mejores instrumentos para conseguir que los deseos de unos pocos se conviertan en realidad. Aún se está negociando, eso sí entre bambalinas, pero de aprobarse significará uno de los mayores retrocesos en los estándares de seguridad alimentaria en Europa. 

Del mismo modo que Fausto vendió su alma al diablo, la Comisión Europea vende con este nuevo acuerdo los derechos de los ciudadanos europeos a las grandes empresas estadounidenses y lo mismo hace el gobierno de Estados Unidos con los de sus conciudadanos. El TTIP no es un tratado de libre comercio al uso, no consiste ya en eliminar aranceles, imposible casi liberalizar aún más ambas economías. Ahora, se trata de acabar con normativas y legislaciones que garantizan derechos ciudadanos pero que limitan las opciones de negocio de las grandes empresas, ya sea en materia financiera, sanitaria, educativa, cultural, agrícola, laboral o alimentaria. 


Más negocio 

Para conseguir tal objetivo todo vale: negociaciones secretas, poner fin a las soberanías nacionales, reducir los derechos de la ciudadanía. Su meta: convertir cada ámbito de nuestra vida cotidiana en objeto de lucro. Nos dicen que “armonizarán” las legislaciones de ambos mercados, que así tendremos mayor oferta y servicios más baratos, pero es mentira. En realidad, su política consiste en igualar a la baja las legislaciones de un lado y otro del Atlántico para aumentar el negocio de las multinacionales. 

Y, ¿qué pasará con la comida? Más transgénicos, carne con hormonas, pollo con lejía y antibióticos en el plato, gracias a la disminución de los controles y los niveles de seguridad alimentaria. De este modo, las empresas del agronegocio saldrán ganando, nuestra salud y alimentación perdiendo. 

En la Unión Europea y en Estados Unidos el enfoque sobre los estándares alimentarios es diametralmente opuesto. Mientras que en Europa prevalece el principio de precaución y es la empresa quien tiene que demostrar a partir de estudios científicos, no siempre independientes y a veces de dudosa credibilidad, que el producto a comercializar no es dañino para la salud, en Estados Unidos es justo lo contrario y es el gobierno quien debe probar el impacto negativo de un plaguicida o un producto o aditivo alimentario en caso de querer vetarlo. El TTIP quiere situar la responsabilidad, igual que en Estados Unidos, en el gobierno y en la sociedad, abriendo de par en par las puertas al mercado a costa del bienestar colectivo. 


Obligados a conrear transgénicos 

Así multinacionales como Monsanto buscan que la Unión se convierta en un nuevo “paraíso de los transgénicos”, siguiendo la estela norteamericana, con los enormes beneficios económicos que esto conlleva. Si ahora en Europa, gracias a la presión ciudadana, tan solo se permite el cultivo de un transgénico: el maíz Mon 810 de Monsanto (el 80% del cual se produce en Aragón y Catalunya y se prohíbe en la mayor parte de los países europeos), con el TTIP, y emulando a Estados Unidos, donde se permite producir hasta 150 variedades de transgénicos, desde de maíz, soja, algodón…, se busca la generalización de dichos cultivos. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Colaboraciones


¿Adiós al campesinado?
by Esther Vivas



La agricultura ha dejado de ser desde hace años una actividad económica central. Ante un modelo agrario diseñado por y para el agronegocio, cada vez más campesinos se han visto obligados a cerrar sus explotaciones y abandonar el sector. Sin embargo nuestras necesidades alimentarias siguen allí. Sin campesinado, ¿quién nos dará de comer? 

La agricultura, en el Estado español, ha pasado de ser una de las principales actividades económicas a una práctica casi residual. En 1900, el 70% de la población activa trabajaba en el sector agrícola; en 1950, ésta había disminuido hasta el 50% del total; en 1980, ya únicamente representaba el 19%; y en 2013, sumaba un escuálido 4,3%. Las explotaciones agrarias, del mismo modo, desaparecen a gran velocidad. En el período de 1999 al 2009, en solamente diez años, éstas disminuyeron un 23%, según el Censo Agrario del Instituto Nacional de Estadística 2009. Pronto no quedarán campesinos en el campo. 

Menos explotaciones y más grandes. La concentración empresarial es otra realidad en el mundo agrario. Entre 1999 y 2009, a pesar del cierre de fincas, las que se mantuvieron, en todas las comunidades autónomas, aumentaron su extensión. Aunque los mayores incrementos se dieron en Galicia, La Rioja y Cantabria. En la ganadería, se repitió la dinámica: el número de explotaciones de cada especie de ganado disminuyó, pero aumentó el número medio de cabezas. Castilla y León se situó al frente de la producción de bovino y ovino y Catalunya fue la primera en la producción avícola y porcina, ambas comunidades con el mayor número de ejemplares de cada una de dichas especies. Por cierto, en Catalunya existen prácticamente tantas cabezas de cerdo, como de personas. 

La renta agraria en términos generales, en los últimos años, también ha retrocedido, a pesar de que en 2013, ésta aumentó un 7,7% después de varios años de mantenerse estable o en caída libre. Según datos de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG), el sector agrario en la última década ha perdido un 23% de su renta. Asimismo, los costes de producción siguen incrementándose, y actualmente significan un 93% de la renta agraria en su conjunto. La subida de precios de la energía, los fertilizantes y los piensos ha contribuido de forma decisiva al aumento. Los ingresos disminuyen, los gastos no hace sino aumentar. 



Precios en origen y en destino 

El diferencial entre el precio que se paga en origen al productor y el que nosotros pagamos en la tienda o el supermercado continúa subiendo. Si en junio del 2013, el precio del producto alimentario de origen a destino se multiplicaba de media por 3,79, un año más tarde, en junio del 2014, el importe se multiplicaba por 4,52, según el Indice de Precios en Origen y Destino de los Alimentos. Aquellos productos con un mayor incremento de su coste eran el calabacín, el repollo y la berenjena, con un diferencial porcentual entre el precio en origen y en destino de un 950%, un 808% y un 717% respectivamente. En definitiva, quién produce lo que comemos es quién menos dinero recibe. 

martes, 3 de junio de 2014

Colaboraciones

Monsanto, la semilla del diablo 
by Esther Vivas


La semilla del diablo”, así fue como el popular presentador del canal estadounidense HBO Bill Maher bautizó, en uno de sus programas y en referencia al debate sobre los Organismos Genéticamente Modificados, a la multinacional Monsanto. ¿Por qué? ¿Se trata de una afirmación exagerada? ¿Qué esconde esta gran empresa de la industria de las semillas? El domingo pasado, precisamente, se celebró la jornada global de lucha contra Monsanto. Miles de personas en todo el planeta se manifestaron contra las políticas de la compañía. 

Monsanto es una de las empresas más grandes del mundo y la número uno en semillas transgénicas, el 90% de los cultivos modificados genéticamente en el mundo cuentan con sus rasgos biotecnológicos. Un poder total y absoluto. Asimismo, Monsanto está a la cabeza de la comercialización de semillas, y controla el 26% del mercado. A más distancia, la sigue DuPont-Pioneer, con un 18%, y Syngenta, con un 9%. Solo estas tres empresas dominan más de la mitad, el 53%, de las semillas que se compran y venden a escala mundial. Las diez grandes, controlan el 75% del mercado, según datos del Grupo ETC. Lo que les da un poder enorme a la hora de imponer qué se cultiva y, en consecuencia, qué se come. Una concentración empresarial que ha ido en aumento en los últimos años y que erosiona la seguridad alimentaria. 

La avaricia de estas empresas no tiene límites y su objetivo es acabar con variedades de semillas locales y antiguas, aún hoy con un peso muy significativo especialmente en las comunidades rurales de los países del Sur. Unas semillas autóctonas que representan una competencia para las híbridas y transgénicas de las multinacionales, las cuales privatizan la vida, impiden al campesinado obtener sus propias simientes, los convierten en “esclavos” de las compañías privadas, a parte de su negativo impacto medioambiental, con la contaminación de otros cultivos, y en la salud de las personas. Monsanto no ha escatimado recursos para acabar con las semillas campesinas: demandas legales contra agricultores que intentan conservarlas, patentes monopólicas, desarrollo de tecnología de esterilización genética de simientes, etc. Se trata de controlar la esencia de los alimentos, y aumentar así su cuota de negocio.