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lunes, 7 de julio de 2014

Colaboraciones


¿Quién tiene miedo de la agricultura ecológica? (I) 
 by Esther Vivas 



La agricultura ecológica pone muy nerviosos a algunos. Así lo constatan, en los últimos tiempos, la multiplicación de artículos, entrevistas, libros que tiene por único objetivo desprestigiar su trabajo, desinformar acerca de su práctica y desacreditar sus principios. Se trata de discursos plagados de falsedades que, vestidos de una supuesta independencia científica para legitimarse, nos cuentan las “maldades” de un modelo de agricultura y alimentación que suma progresivamente más apoyos. Sin embargo, ¿por qué tanto esfuerzo en desautorizar dicha práctica? ¿Quién tiene miedo de la agricultura ecológica? 

Cuando una alternativa cuaja socialmente dos son las estrategias para neutralizarla: la cooptación y la estigmatización. La agricultura ecológica es torpedeada por ambas. Por un lado, cada vez son más las grandes empresas y los supermercados que producen y comercializan estos productos para dar cobertura a un floreciente nicho de mercado y “limpiarse” la imagen, a pesar de que sus prácticas no tienen nada que ver con lo que defiende este modelo. Su objetivo: cooptar, comprar, subsumir e integrar esta alternativa en el modelo agroindustrial dominante, vaciándola de contenido real. Por otro lado, la estrategia del “miedo”: estigmatizar, mentir y desinformar acerca de la misma, confundir a la opinión pública, para así desautorizar este modelo alternativo. 

Y, ¿si alzas la voz en su defensa? Insultos y descalificaciones. Si un científico se posiciona en contra de la agricultura industrial y transgénica, es tachado de “ideológico”. Como si defender este tipo de agricultura no respondiera a una determinada ideología, la de aquellos que se sitúan en la órbita de las multinacionales agroalimentarias y biotecnológicas, y que a menudo cobran de las mismas. Si un “no científico” la crítica, entonces, su problema es que no sabe, que es un ignorante. Según estos parece que solo los científicos, y en particular aquellos que defienden sus mismos postulados, pueden tener una posición válida al respeto. Una actitud muy respetuosa con la diferencia. Otra práctica habitual es calificar a quien crítica de “magufo”, sinónimo despectivo, según la jerga de esta “elite científica”, de anticientífico. Se ve que defender una ciencia al servicio de lo público y lo colectivo implica estar en contra de la misma. Una argumentación de locos. 

Veamos, a continuación, alguna de las afirmaciones más repetidos para descalificar y desinformar sobre la agricultura ecológica, y que ampliaremos en siguientes artículos. Porque hay quienes creen que repetir mentiras sirve para construir una “verdad”. Ante la calumnia, datos e información. 

domingo, 25 de mayo de 2014

Colaboraciones

¿Dónde están las campesinas?
by Esther Vivas





De pequeña ayudaba a mis padres en el puesto que tenían de huevos en el Mercado Central de Sabadell. Iba después del colegio o los sábados. En los alrededores del mercado, siempre había aquellas campesinas con sus improvisados puestos, y esas grandes cestas con verdura y fruta fresca. Una imagen que se repetía en innumerables mercados. Han pasado los años, y éstas siguen allí. Sin embargo cuándo miramos al mundo rural, las campesinas son las invisibles de la tierra. ¿Cuántas han trabajado toda su vida en el campo y no constan en ningún lugar? ¿Qué es de las campesinas? ¿Dónde están? ¿Qué futuro les espera? 


Sin derechos 

El papel de la mujer campesina ha sido clave en el campo. Mujeres que cuidaban la tierra, hijas e hijos, la casa, los animales. A pesar de los años, y los cambios producidos en el medio rural, éstas siguen teniendo un peso significativo en la agricultura familiar. Se calcula que un 82% de las mujeres rurales trabajan en el campo, según datos del Ministerio de Agricultura, eso sí, la mayoría en calidad de cónyuges o hijas, invisibles, sin derechos, consideradas formalmente, y en las estadísticas, como “ayuda familiar”. Lo que significa que no cotizan a la seguridad social, no tienen acceso a una indemnización por paro, accidente, maternidad, a una pensión digna, etc. 

En estas circunstancias, la mujer carece de independencia económica, al no obtener una remuneración personal y directa por el trabajo que realiza, y depende del marido que ostenta la titularidad de la explotación agraria. Se trata de una situación que se da con frecuencia en pequeñas fincas, con escasos ingresos, y sin posibilidad de poder pagar dos cotizaciones a la seguridad social, en consecuencia se opta por abonar la del hombre, en detrimento de la mujer. Mari Carmen Bueno del Sindicato de Obreros del Campo lo deja claro: “A nosotras no se nos consideraba ni siquiera jornaleras, éramos amas de casa según las estadísticas y entre nosotras mismas no teníamos conciencia de ser trabajadoras”. 

La propiedad de la tierra es una fuente clara de desigualdad. El 76% de las fincas tienen como titular y jefe de la explotación a un hombre, frente al 24% que se encuentran en manos de mujeres, según el Censo Agrario del 2009. Un porcentaje, este último, que ha aumentado recientemente, como explican desde el Ministerio de Agricultura, debido a que en muchas parejas de edad avanzada, el fallecimiento del cónyuge significa el paso de la propiedad a la esposa. No es fácil encontrar mujeres jóvenes o de mediana edad titulares de explotaciones. Hay que tener en cuenta que las costumbres, habitualmente, consideran como legítimo heredero de la finca al hijo primogénito y varón, la mujer, por lo tanto, sólo la hereda si no tiene hermanos.