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lunes, 25 de noviembre de 2013

Colaboraciones

Entrevista Teresa Forcades i Esther Vivas 
"Los que mandan tienen miedo de aquellos que desobedecen"
+ Sin luz al final del túnel 




Hola,
Us faig arribar una entrevista que ahir va publicar LaMarea.com a Teresa Forcades i a servidora arrel de la publicació en castellà del llibre 'Sense por'.
I un article sobre les mobilitzacions de dissabte i diumenge en diferents indrets de l'Estat, coincidint amb els dos anys de Govern del PP, i contra les retallades.
Salut!
Esther



Teresa Forcades y Esther Vivas,   
coautoras de ‘Sin miedo’.  
Brais Benítez | LaMarea

 
Teresa Forcades, monja benedictina de Montserrat y doctora en salud pública y teología, y Esther Vivas, periodista y activista social, hace meses que recorren Cataluña con el objetivo de sumar voluntades para impulsar un proceso constituyente que fuerce un cambio de sistema económico, político y social. Durante los encuentros del Proceso Constituyente, plantean la necesidad de tomar conciencia de la violencia del sistema, y de la pérdida de derechos y libertades que se está produciendo en el marco de la crisis. 

La editorial Icaria acaba de publicar en castellano la obra Sin miedo, un diálogo entre Forcades y Vivas en el que reflexionan sobre las causas de la actual situación de crisis, quién sale ganando y quién está perdiendo, y a la vez plantean alternativas, animan a la acción, a movilizarse y a desobedecer para cambiar unas políticas injustas. La sociedad poco a poco comienza a perder el miedo, aseguran, y esta debe ser la clave para que la salida de la crisis responda a las necesidades de la mayoría y no, como quieren los responsables de las políticas actuales, para reforzar los privilegios de unos pocos.  


¿Cómo se puede perder el miedo cuando uno se encuentra en una situación cada vez más precaria?  

T.F.: De miedos hay de muchos tipos y por muchos motivos. El título del libro hace referencia a un miedo muy concreto: el miedo político, el miedo a sublevarse, a defender las libertades y la dignidad. Este se pierde abriendo los ojos y yendo al fondo: ¿Qué es lo que quiero? ¿Cómo quiero vivir y por qué? Esta toma de conciencia comienza para cada uno de una forma distinta, pero sólo se profundiza tomando parte, junto con otras personas, en las luchas concretas. Perder el miedo no equivale a perder la modestia o la humildad, no equivale a creerse en posesión de la verdad absoluta.  

E.V.: En los últimos tiempos hemos visto que la gente sale a la calle, desobedece leyes y políticas injustas, y que estas acciones cuentan con el apoyo de amplios sectores de la sociedad. Por eso decimos que el miedo comienza a cambiar de bando, porque, al mismo tiempo, desde las instancias gubernamentales se estigmatiza a los que luchan, se los reprime, como hemos visto recientemente con la nueva Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma del Código Penal. Es una muestra de que los que mandan tienen miedo de aquellos que desobedecen, y como no pueden aplicar sus políticas de recortes por las buenas, las aplican por las malas.  


El libro comienza apuntando que nos encontramos en una encrucijada. ¿Qué tenemos detrás y que puede venir en adelante?  

T.F.: Detrás tenemos al capitalismo con rostro humano: siempre ha sido una falacia y ahora ya no es creíble. Que diga que siempre ha sido una falacia no quiere decir que los derechos que teníamos en los años 80 no fueran reales; quiere decir que los disfrutábamos porque en el tercer mundo había dictaduras o guerras. Lo que es una falacia es afirmar que el capitalismo puede favorecer a una mayoría, siempre ha favorecido sólo a unos pocos. Lo que puede venir delante depende del papel que juguemos: si restamos pasivas, lo que vendrá es más de lo que ya tenemos, acumulación de bienes y privilegios para unos cuantos y sufrimiento, destrucción y muerte para la mayoría. 

E.V.: Debemos tener muy claro que no saldremos de esta crisis como hemos entrado. La crisis se utiliza como una oportunidad por parte de las élites económicas, que cuentan con el apoyo de la mayor parte de la clase política del país, para recortarnos derechos sociales, derechos laborales, derechos democráticos, para comerse este gran pastel que son los servicios públicos… Si salimos de la crisis como quieren aquellos que están aplicando las actuales políticas, saldremos con muchos menos derechos.  

T.F.: Si nos organizamos y provocamos una ruptura, lo que puede venir por delante no será seguro ningún paraíso, pero puede ser un sistema bastante razonable, capaz de repartir riqueza y de asegurar que todo el mundo tenga los mínimos para vivir con dignidad. No puede ser que 1.000 millones de personas pasen hambre en un mundo de 7.000 millones de habitantes que produce alimentos para 11.000 millones.  


¿Cómo se impulsa el cambio?  

T.F.: Primero, hablando claro: no puede ser un cambio reformista, debe ser un cambio de ruptura. No puede ser una nueva versión del capitalismo, debe ser un modelo anticapitalista. Con este horizonte claro, necesitamos unirnos y organizarnos políticamente para una candidatura unitaria de ruptura que proponga la formulación de un nuevo marco constitucional. Las reacciones, si el movimiento crece, no se harán esperar, y cuando lleguen debemos estar listos para hacerle frente. 

E.V.: Hay un discurso hegemónico que nos quiere hacer creer que somos culpables de esta situación, que somos cómplices. Por eso nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, porque si pensamos que esto de la crisis es nuestra responsabilidad aceptaremos las consecuencias, que son los recortes. Es importante abrir los ojos a esta realidad, tomar conciencia, para que la salida de la crisis esté en nuestras manos y responda a nuestras necesidades como personas y no a los intereses de unos pocos. 


¿La sociedad está preparada para un proceso revolucionario de este tipo?  

T. F.: Está preparada para que la idea se vaya extendiendo. El proceso revolucionario no es lineal, puede haber saltos inesperados, es más bien como un magma hirviendo por debajo, que de repente puede hacer erupción. Cuanto más organizadas nos encuentre la erupción, mejor la sabremos aprovechar. Por ejemplo, la huelga indefinida de los maestros de las Baleares fue una sorpresa y podría haber sido el catalizador de una reacción en cadena.  

E.V.: Cuando desde el Proceso Constituyente planteamos que es necesario sumar a un amplio abanico de personas, organizaciones, movimientos, etc. y planteamos que hay que cambiar las reglas del juego a favor de la mayoría, lo decimos porque hoy este proceso constituyente se está haciendo a la inversa: se está llevando a cabo un proceso de recortes y pérdida de derechos como nunca nos hubiéramos imaginado. Y por lo tanto podemos estar preparados o no para esta situación, pero no nos queda más remedio que enfrentarnos a ella.  

¿Cómo debería ser la nueva política? 

E.V.: Con una práctica política completamente antagónica a la dominante y la actual, que tenga su centro de gravedad en la calle. Desde mi punto de vista, las cosas solo se pueden cambiar desde la lucha, la movilización y la desobediencia en la calle. Si esto no existe, no hay cambio posible. Desde las instituciones, por sí solas, no se puede cambiar absolutamente nada. La historia nos lo ha demostrado claramente, cuando organizaciones llamadas de izquierdas han llegado al gobierno, hemos visto como se han visto arrastradas hacia las políticas de derechas. 

T.F: Para garantizar las libertades individuales para todos de forma efectiva, el ordenamiento político debe tener por objetivo evitar la acumulación y el abuso de poder. Debe potenciar y diversificar la participación popular. No se trata sólo de institucionalizar de forma efectiva el control popular de los cargos electos y de su toma de decisiones, sino de potenciar la participación popular al máximo. 

E.V.: Lo que es fundamental es que solo con la movilización social no es suficiente, hacen falta nuevos instrumentos estrechamente vinculados a estas luchas para acabar con el monopolio de aquellos que siempre han ejercido la política en las instituciones. Lo que hoy es urgente es convertir esta mayoría social que sufre la crisis en mayoría política. 


Si comenzase a crecer el empleo y la presión sobre los ciudadanos disminuyese, ¿no conllevaría una menor movilización?  

T.F.: Es importante señalar que la crisis no termina. Es endémica en el capitalismo. Puede que a algunas personas les afecte menos, y puede ser que estas personas se desmovilicen. La motivación y el contenido de la revolución no puede ser el beneficio individual, pero cada uno hace camino en esta toma de conciencia a su ritmo.  

E.V.: Hace unos años, ser mileurista era ser un precario, hoy es ser un afortunado. Quieren normalizar la pobreza, la precariedad, y por eso es tan importante aprovechar el momento actual, de emergencia de la indignación, en el cual la gente no se conforma, se rebela, amplios sectores de la sociedad que quizás no se movilizan conectan con el sentir de estas protestas sociales. Creo que hoy hay una oportunidad como nunca para poder cambiar las cosas, y la debemos aprovechar.  


¿Si la revolución no es global no hay nada que hacer?  

T.F.: Si la revolución no es global no hay demasiado que hacer, pero la revolución sólo será global a partir de las luchas locales. No debemos esperar a que emerja una superorganización revolucionaria a nivel planetario y nos diga lo que tenemos que hacer: la revolución (la local y la global) comienza desde abajo.  

E.V.: Cualquier tipo de cambio sociopolítico que se plantee debe tener una perspectiva clara internacionalista. Se deben crear alianzas con otras organizaciones y movimientos sociales. Y hace falta ocupar las instituciones para disolverlas y abrir un proceso constituyente, en el que el conjunto de la población pueda redefinir las reglas del juego.












Sin luz al final del túnel  
Esther Vivas | Público

 
Un mantra se repite: “Hay luz al final del túnel”. Otro le sigue: “Llegan los brotes verdes”. Y uno más: “Lo peor ya pasó”. Pero, el tan cacareado final de la crisis nunca llega. Cuando lo haga, si los planes de quienes recortan a diestro y siniestro se cumplen, implicará más precariedad laboral, exiguos servicios públicos, menos derechos democráticos, nulas ayudas sociales.  

Tal vez  sí haya luz al final del túnel pero, como bien dice el filósofo Slavoj Žižek, es más bien la de un tren que viene a toda velocidad a estrellarse contra nosotros. Un tren que arrasa con derechos que había costado décadas de conseguir, con vidas truncadas por el paro, los desahucios, el hambre, la pobreza, con sueños de futuro. Un tren que avanza veloz y sin retrasos.  

Sin embargo, hay quien construye un muro de contención, hecho del nosotros, del apoyo mutuo, de la indignación y la desobediencia. En 2012, las cifras de la protesta batieron todos los récords: más de 36.000 manifestaciones y concentraciones, unas 98 al día. En 2008, el año en que, formalmente, estalló la crisis: 16.118. En palabras de la flamante alcaldesa de Madrid, Ana Botella, una cifra “ingente”. Ingente como las medidas que su partido aplica para salir de la crisis.  

Tanta queja pone nerviosos a quienes están acostumbrados a mandar con total impunidad. Aquellos que una vez en el Gobierno se olvidan de la mayoría, a la que, por cierto, apelan una vez cada cuatro años con eslóganes publicitarios. Ahora, ¡qué es eso de protestar! ¿Ir a la huelga? “Hay que garantizar la libertad y la seguridad de todos los ciudadanos”, según el presidente Mariano Rajoy, justificando una injustificable Ley de Seguridad Ciudadana. Eso digo yo. Nuestra libertad y nuestra seguridad. Libres de ladrones, corruptos y banqueros. Seguros frente a políticos que nos increpan y criminalizan, jueces que nos imputan y condenan y fuerzas policiales que nos golpean, lesionan y detienen. ¡Esa es la libertad y la seguridad a la que algunos apelamos!  

Este sábado, una nueva protesta se suma a la espiral de enojo y malestar. Miles de personas en la calle en Madrid y en muchas otras ciudades del Estado. Se cumplen dos años del Gobierno del Partido Popular, un régimen, como decían la redes sociales, de #PPuraDictadura. El PSOE, pero, no se queda corto. No olvidemos el “tijeretazo” de mayo del 2010, que inauguró la sangría de recortes. 

Toca salir a la calle, una vez más. En defensa de la ciencia, de la cultura, de la sanidad, de las pensiones, de la educación, del empleo, de la vivienda, de la igualdad. En definitiva, en defensa de lo público, de las personas y, no olvidemos, también, del planeta.  

Sin luz al final del túnel… o sí. Dependerá de nosotros. O morir aplastados por un tren o hacer que en vez de luces salten chispas.


 

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