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miércoles, 12 de marzo de 2014

Colaboraciones

Mujeres, comida y cuidados 
by Esther Vivas


Hora de preparar la comida y encender los fogones, de poner la mesa y sacar los cubiertos, de hacer la lista de la compra y acercarse al ‘súper’ o al mercado. En casa, dichas tareas han sido realizadas mayoritariamente por mujeres. Un trabajo, el de alimentarnos, imprescindible para nuestra vida y sustento. Sin embargo, una tarea invisible, no valorada. Comemos, a menudo, como autómatas y como tales ni reconocemos qué ingerimos ni quien pone el plato en la mesa. 

La alimentación en los hogares continua siendo, con frecuencia, territorio femenino. Así, lo demuestra la última Encuesta de Empleo del Tiempo 2009-2010 del Instituto Nacional de Estadística: en el Estado español un 80% de las mujeres son las que cocinan en los hogares, frente al 46% de los hombres. Y cuando éstas entran en la cocina, le dedican más tiempo, 1 hora 44 minutos al día frente a los 55 minutos de ellos. Asimismo, las mujeres asumen en mayor medida tareas de organización (preparar comidas, previsión de compra de alimentos…), mientras que los hombres apoyan, cuando lo hacen, en la ejecución. 

Unas tareas “alimentarias” que se sitúan en, lo que la economía feminista llama, “los trabajos de cuidados”, esas tareas que no cuentan para el mercado pero que son imprescindibles para la vida: criar, dar de comer, gestionar el hogar, cocinar, atender a quienes lo necesitan (pequeños, enfermos, mayores), consolar, acompañar. Se trata de labores sin valor económico para el capital, “gratuitas”, que no son consideradas trabajo, y en consecuencia menospreciadas, a pesar de equivaler al 53% del PIB del Estado español


Sacrificadas y abnegadas 

Unas ocupaciones que el patriarcado otorga al género femenino, que por “naturaleza” tiene que asumir dichas funciones. La mujer madre, esposa, hija, abuela abnegada, sacrificada, altruista, que si no cumple con este deber, carga con el peso, la culpa, de ser “mala madre”, “mala esposa”, “mala hija”, “mala abuela”. Así, a lo largo de la historia, las mujeres han venido desarrollando estas tareas de cuidados, en función de su rol de género. La esfera del trabajo “productivo”, de este modo, es dominio de la masculinidad, mientras que el trabajo considerado “improductivo”, en el hogar y no remunerado, es patrimonio de las mujeres. Se establece una jerarquía clara entre trabajos de primera y “labores” de segunda. Imponiéndonos unas determinadas tareas, valoradas y no valoradas, visibles e invisibles, dependiendo de nuestro sexo.